Cristina diserta en la ONU, y
deja a más de medio mundo desnorteado y sin capacidad de elaborar una respuesta
que medianamente esté a la altura de los desafíos que ella planteara tanto en
la Asamblea como en el Consejo de Seguridad. En vez de ningunearla a tabla rasa,
como hace la canalla mediática, o de apresurarnos a festejarla sin más -como
estamos tentados a hacer-, nos parece mejor preguntarnos por qué la palabra de
la Presidenta logra semejante repercusión y trasciende del modo en que lo hace.
Modestamente, creemos que esto sucede porque el discurso de Cristina no es apto
ni para el liberalismo financiero de la derecha (que todavía está digiriendo la
caracterización de “terroristas económicos”), ni para el liberalismo cultural
de la izquierda que aún está esperando que la Presidenta diga “imperialismo”
para medir en sangre su grado de pureza internacionalista.
Pero resulta que por las venas
de Cristina corre la Cuestión Nacional, y toda su elaboración discursiva -puertas
adentro de la Patria- hace hincapié en la necesidad de cohesionar las distintas
fuerzas y factores del quehacer argentino para así tener la chance de erigir y
sostener una Nación “con el pueblo adentro”. Y cuando la Presidenta lleva la
Cuestión Nacional a los ámbitos de debate internacional y dice, por ejemplo,
que los pueblos se hallan jaqueados por fantasmales legiones del terror que
desmiembran los países y desarticulan las naciones, entonces hace trizas el
“sentido común” del palabrerío liberal. Porque el famoso sentido común tiene
una base material que alcanza su elaboración teórica con el liberalismo
económico de la derecha, y tiene una superestructura ideal gobernada por el
liberalismo progresista de izquierda que maneja nociones abstractas pero carece
de raíces culturales profundas.
Estamos tentados de decir
que “el mundo es como es” porque se halla en la “encerrona trágica de la
civilización”, donde el liberalismo oligárquico impone las reglas del orden
económico de la realidad, y donde el liberalismo cultural de izquierda impone
una simbolización que sirve apenas para consumo de las “almas bellas” pero que
no cuestiona el hecho –mil veces constatado- de que “una forma de civilización
puede derrumbarse, y se derrumba. Pero la cultura, no. A la larga, el hombre
siente la necesidad de buscarse en lo nacional, en sus cantares y en sus
coplas”. Y es esta Cuestión Nacional la que Cristina, como peronista, lleva como
parte de su ADN cultural y le permite erguirse ante los líderes del mundo para
decirles, cara a cara, que su civilización está al borde del colapso porque viven
pisoteando las culturas de los pueblos y su derecho a tener, sobre su propio
suelo, una Patria Justa, Libre y Soberana.
Por Carlos Semorile.