Cuando apareció Guido Ignacio Carlotto recordamos
aquella sentencia genial de Jauretche que reza: “La lección más importante de
la historia es que la revancha no es bandera: la bandera es la esperanza”. Nadie
puede dudar, y nadie en su sano juicio lo hace, que las Abuelas no levantaron
jamás una bandera de revancha, y que en cambio siempre supieron sembrar
esperanzas. Lo mismo puede decirse de Néstor y Cristina, y es por eso que cada
logro material de esta década tiene su correlato en un anhelo concretado o en
un nuevo sueño que nace gracias a este proceso. Quien quiera historiar los años
transcurridos de 2003 a la fecha y deje a un lado este componente espiritual,
no sólo será injusto sino errado. Las grandes mayorías argentinas del presente
miran el devenir con optimismo porque hay una fuerza política, una sola pero
consolidada y gobernando, que levanta bien alto la bandera de la esperanza.
La imagen en alza de Cristina y del FPV no pueden ser
leídas al margen de esta esperanza que muchos decimos en voz alta, y que otros
silencian por prudencia o porque todavía anida en ellos alguna desconfianza que
les impide alcanzar el más alto de los sentimientos. “Sin
una creencia el hombre vale menos que un hombre. Sus poderes se amenguan, su
vitalidad se marchita”. Lea de nuevo esta frase de Scalabrini, y piense si no
pinta de cuerpo entero al conjunto de la oposición y a sus mascaradas
horrendas. Por eso vamos a ganar de nuevo, porque sembramos esperanzas y ellos
marchitan creencias. Pero, ojo, elijamos bien al candidato. Porque sería muy
triste habernos erguido en la vertical de la dignidad humana para rifar todo lo
conquistado porque algún vivo repite el evangelio de la década ganada, pero
luego no tiene ni el coraje, ni las ideas ni la voluntad de sostener para todos
la bandera de la esperanza.
Por
Carlos Semorile.