domingo, 30 de septiembre de 2012

Ser contemporáneos de la historia


En estos días de operetas mediáticas y “periodismos sin fronteras”, he recordado -quizás como nunca antes- las palabras que solía repetir uno de mis tíos: “Hay que esforzarse por llegar a ser contemporáneos de la historia que nos toca vivir”. Con toda una deriva de lucha a cuestas, seguía pensando que era crucial estar a la altura de las circunstancias históricas que moldean las vidas de los hombres. Sabía que las distracciones y las medianías terminan colaborando con el lado sombrío de la existencia, y que del cielo de los poderosos diluvian argumentos para darle la espalda al presente y al porvenir. Así narrado, pudiera pensarse que fue un hombre áspero, cuando en verdad fue un jodón y casi un sibarita, sólo que pretendía que la mesa de los placeres estuviese servida para todos.
 
Esta evocación suya, me trajo otra, la de un escrito de Albert Camus sobre el compromiso: “Para corregir una indiferencia natural, me encontré situado a media distancia entre la miseria y el sol. La miseria me impidió cree que todo está bien bajo el sol y en la historia. El sol me enseñó que la historia no lo es todo”. Así las cosas, en lugar de la consabida “indiferencia” hay una tensión y, a la vez, la promesa de un mundo donde todo pueda ser usufructuado sin herejías. Porque, para Camus, tener presente la historia no debería ahogar la sensualidad; y el sol, ese caldero irreflexivo de placer, no debería omitir la comunión entre los hombres justos.

No es el caso de los dizque jóvenes de Harvard (gauchos grandes, en realidad), un puñado de egoístas irredentos a los que ni se les pasa por la cabeza que allá afuera exista un otro, un distinto. Un matancero, por ejemplo. Entre nosotros, el problema es de larga data, tanta que José Hernández puso en boca de su famoso Moreno la siguiente advertencia: “Bajo la frente más negra, hay pensamientos y hay vida”. Nunca lo creyeron así las clases acomodadas que, bajo el falso dilema entre la civilización y la barbarie, prohijaron, promovieron y aplaudieron todas las masacres en las que pueblo puso su carne y su sangre. Porque cada vez que el civilizado se adentra en “el corazón de las tinieblas” populares, termina pidiendo que “exterminen a todos los salvajes”. Lo cual demuestra que el verdadero dilema es entre la barbarie de los civilizados y la sabiduría de la cultura popular, esa que hoy está siendo paciente y reflexiva frente a las provocaciones de los grupos de sacados.

Ante esta escalada, que busca reinstalar el miedo en una sociedad que en su momento fue inmovilizada mediante el terror, debemos lograr, junto a la mayoría de nuestros compatriotas, ser contemporáneos de esta historia. Para terminar de salir de la miseria de los años miserables, y para seguir disfrutando de estos años luminosos como un sol.
Por Carlos Semorile.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Supresión de honores hasta nuevo aviso



La historia es harto conocida: cuando en el Regimiento de Patricios brindaron por Cornelio Saavedra y pusieron sobre su testa una improvisada corona, Mariano Moreno contestó con el Decreto de Supresión de Honores: “Se prohíbe todo brindis, viva, o aclamación pública en favor de individuos particulares de la Junta. Si éstos son justos, vivirán en el corazón de sus conciudadanos: ellos no aprecian bocas que han sido profanadas con elogios de los tiranos. No se podrá brindar sino por la patria, por sus derechos, por la gloria de nuestras armas, y por objetos generales concernientes a la pública felicidad”. En aquella hora decisiva se dirimían, como hoy, dos proyectos de nación, y quienes simbólicamente buscaban entronizar a Saavedra terminarían por desplazar al Secretario de la Junta, para envenenarlo luego y tirarlo al mar junto a su Plan de Operaciones, y también junto a la Supresión de Honores. Tiempo después vendría Rivadavia a no dejar en pie ni una sola piedra que fuese morenista en el edificio económico de la patria, y décadas más tarde don Bartolomé Mitre se encargaría de edificar el andamiaje iconográfico de las figuras del país liberal. Para los del panteón oficial, gloria y honor; para los réprobos, la nada misma. Las distintas vertientes del revisionismo y del pensamiento nacional se encargarían -y se encargan todavía- de desmontar aquella “superestructura cultural” que maniata toda reflexión, y pone a los cautivos a adorar a sus señores. Vivimos una época donde vuelven a discutirse todos los hechos que “La Historia” petrifica en un quietismo de mármoles y mausoleos, y en la que los olvidados y malditos, viejos o recientes, se desentumecen cada vez que sus nombres flamean en las banderas de las multitudes. De tal suerte, los patriotas desplazan a los infames y los honorables a los vendepatria, restituyendo sentido al devenir histórico argentino. Sin embargo, persiste un problema en torno a los nombres del presente y a la pertinencia o no de rendirle honores a los distintos actores políticos que participan de este proyecto de recuperación nacional. Es entendible que todos creamos que quienes nos conducen son leales y genuinos intérpretes de la causa porque, en última instancia, todo colectivo humano necesita de un panteón de aguerridos notables. Pero pienso que habría que reactualizar en un sentido más amplio, más cultural que político, el Decreto de Supresión de Honores de Mariano Moreno. ¿Para qué? Para no generar ídolos de barro, para no seguir a salames que después aflojan o pasan a ser conversos, para no tener la mochila llena de Lanatas, Sarlos, De Genaros, Felipes Solás, Michelis, Solanas, Moyanos, etc. Se me dirá, con razón y justicia, que algunos de los nombrados nunca fueron compañeros-compañeros y que el sistema liberal de cucardas eleva figurones que nada tienen que ver con una mirada nacional y popular. Siendo esto cierto, ahí no termina la cuestión porque la profundización del modelo inevitablemente va afectando intereses, y en cada vuelta de tuerca habrá quien diga en forma estentórea “hasta aquí he llegado” ó, más bizarramente, “ésto no lo puedo tolerar”. Como me viene diciendo desde hace rato un sabio que conozco, y que tiene encima unos cuantos blasones: “Esta batalla es hasta el último día, porque hasta ese instante cualquiera -literalmente cualquiera- puede darse vuelta". Creo, pues, que tenemos que revisar a fondo el sistema de encumbramiento de prestigios y la formación de nombres intocables. Y como no podemos saber de antemano quién se la jugará hasta el final y quién no, deberíamos evitar ensalzar a nadie. Guardemos los fastos, pues, y que no se brinde “sino por la patria y por la pública felicidad”. Porque, además, cuando los compañeros son grandes de verdad no andan a la pesca de laureles, y el reconocimiento de sus cumpas es aliciente suficiente. Mejor aún que la canonización en vida es saber que, si son justos, vivirán en el corazón de sus conciudadanos”. Supresión de honores, entonces, hasta nuevo aviso. Porque la pelea es larga, y porque necesitamos luchadores que “ni ebrios ni dormidos” defeccionen del proyecto colectivo que nos necesita a todos unidos, organizados y solidarios.
Por Carlos Semorile.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Deben ser los gorilas, Juliette!



Querida Juliette Binoche, no deseo importunarte pero ayer fuiste mencionada por un grupo de gorilas (“gorilles”) en una situación por lo menos impropia, y me pareció que tenías que saberlo. Te cuento cómo se dieron las cosas. Primero fui al kiosco de diarios y revistas (el “kiosque”, viste?), y con la canillita comentamos el cacerolazo de la otra noche. En nuestro barrio, el “concert de casseroles” se hizo sentir con fuerza, y eso hizo que mi amiga evocara algunos episodios penosos de su infancia. Me contó que creció en la casona de una gente muy rica donde las pasó “muy duras”. La Señora de la casa era muy estricta, y un día armó un escándalo porque en la fuente de la sala faltó una banana. Todas las miradas confluyeron sobre su inocencia y la decretaron culpable (el Señor no fue de la partida: después de todo, él se había comido la famosa “banane”). Sin embargo, la piba no guardaba rencor y un día corrió por la vereda para abrazar a la Señora que regresaba de un viaje. Pero nuevamente fue reprendida: ella no podía permitirse esos “arranques”, por algo usaba el uniforme de las criadas. Estas cosas le hicieron comprender, por ejemplo, que cuando las hijas de la Señora, sin mala intención, le afanaron de un cofrecito de cartón las dos guitas con cincuenta que eran todos sus ahorros, era mejor que se quedara en el molde. Pero eso fue hace muchos años, y ahora está cansada de bancarse “dans le moule” y ella, que nunca fue peronista, espera que Cristina apechugue y peche como viene haciendo hasta ahora. La conversa se cortó porque llegaron otros clientes, lectores de Clarín y La Nación, los diarios “de la droite”, me entendés? Nos despedimos “en clave”, y me fui a leer el periódico a un barcito tranquilo que está en el predio de unas canchas de tenis. Primero reinó el silencio, pero luego aparecieron cuatro señores que venían de jugar un partido de dobles. Enseguida se sumó la mujer de uno de ellos, y entre los cinco mantuvieron una muy animada charla en torno a la figura y las políticas de la Presidenta. Te juro por mi vieja, Juliette, que cada dos o tres temas tocados de oído, volvían al asunto del dólar y ahí se regodeaban con cotizaciones, cuevas, declaraciones juradas, etc. Había uno medio líder que los traccionaba hacia las otras maldades del gobierno, pero no había caso porque el fantasma del dólar volvía a pasearse por Elsinor y parecía exigirles la consumación de un crimen político. Estaban tan embalados que pensé que iban a organizarse para la próxima protesta, pero a los 15 minutos se cansaron de no escucharse y de putear todos al unísono. Fue entonces cuando la mujer tomó la batuta y se puso a comentar los estrenos cinematográficos y, a cuenta de tu última peli, empezó a mencionarte como si te conociera de toda la vida. Cuando dijo “la Binoche” cual si fueses una de ellos, tuve ganas de acercarme y decirle que no tenía ni idea de lo que hablaba. Que no sos egoísta ni insolidaria, y que por eso alguna vez dijiste: “Yo nunca trato de salvarme: yo me expongo”. Que serás muy francesa, pero no afrancesada (“francisée”), que tu trayectoria transita la sensibilidad y la inteligencia, y que a Sarkozy (al que ellos aman) lo has defenestrado como “nuestro pequeño emperador disfrazado -y muy bien- de demócrata”. Pero, creeme, esta gente no entiende razones. Porque en el fondo, como dice mi amiga la canillita, ellos no pueden ver que los negros tengan las mismas posibilidades y las mismas aspiraciones que todos. Son gorilas, sabés? Y puede que vean mucho cine europeo, pero los pelos no les dejan ver al semejante.
Por Carlos Semorile.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Despertares


Oliver Sacks (el neurólogo sobre cuya experiencia se hizo la película “Despertares”) escribió que “el lenguaje no es sólo un instrumento formal, sino la expresión más exacta de nuestros pensamientos, nuestras aspiraciones, nuestra visión del mundo”. Ayer, mientras Cristina argumentaba y explicaba las razones de un acto de gobierno que beneficia a cientos de miles de compatriotas, algunos caceroleaban. Y me pregunto, ¿cuáles serán las aspiraciones, y qué visión del mundo tendrán aquellos que tocaron la bocina mientras duró la cadena nacional (que no escucharon)? ¿Las cacerolas -las de anoche y  las que con espontánea furia se disponen para hoy-, son realmente la expresión más exacta de algún pensamiento? Porque si tal cosa existe -como creo que existe-, el gran logro de todos estos años de formidables conquistas materiales y espirituales, es que ese “pensamiento cacerolo” se haya vuelto inconfensable. Los mismos que degradan la política y continuamente machacan con un republicanismo careta, no están en condiciones de revelar sus verdaderas aspiraciones. Ni mucho menos su visión del mundo, que sólo comparte el núcleo duro de quienes convocan a golpeteo. Al resto (a los que circunstancial y erradamente acompañan), como en la peli de Robin Williams, hay que ayudarlos a despertar.
Por Carlos Semorile.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Panorama desde el puente


En el festejo del Día de la Industria, volvió a quedar en claro la capacidad discursiva de Cristina, dicho esto en varios sentidos no sólo importantes sino inclusive cruciales. Como tantas otras veces, se destaca su capacidad de llevar la palabra hasta el hueso de los conceptos y las complejas formulaciones que debe abordar, haciéndonos partícipes a nosotros -sus oyentes- de un pensamiento nacional sobre los problemas nacionales. Puede pensarse lo que se desee pensar acerca del enfoque que la Presidenta hace de las diversas cuestiones que están en juego (y ella es la primera en admitir el posible disenso), pero lo que no se puede decir es que proceda desde una mirada descentrada respecto del interés argentino. Por el contrario, la orfandad del desorbitado discurso opositor desnuda un pensar subsidiario de intereses que, o bien no son nacionales (como en el caso de quienes hicieron las veces de voceros de Repsol), o bien no son populares (como en la gran mayoría de los casos). O ambas cosas, claro. Pero además, la palabra de la Presidenta viene estableciendo, con una precisión y una contundencia que despierta la admiración de muchos y el pánico de unos pocos, un pensamiento estratégico para el desarrollo de las potencialidades de la Nación. A esta visión de estadista, la oposición le sale al cruce con un recuento de chiquitajes y menudencias que haría avergonzar a un almacenero de barrio. Y es al ñudo que se llenen la boca con los nombres de las grandes figuras republicanas de la historia, porque esos personajes -muchos de ellos controvertidos- al menos tuvieron un proyecto de país desde el cual supieron convocar a sus contemporáneos. Pero detenernos en la falta de proyecto de la opo, es empantanarnos y, en cambio, la Presidenta convocó a pensar desde el puente sobre las aguas turbulentas. Recordó que hace 425 años partió una embarcación con hambre de futuro, y asimismo rememoró el modo en que ese horizonte se torció hasta generar una Argentina contrahecha y maldita para con la mayoría de sus hijos. Llegados a este punto, podríamos hablar, sin temor a equivocarnos, del modelo productivo con inclusión social, de la sustitución de importaciones y de la necesidad de producir mercancías con valor agregado. O de aquella industrialización alguna vez alcanzada que hacía que Scalabrini dijera: “Tenemos una industria propia, luego nuestra Nación existe”. Pero prefiero creer que en el corazón de la palabra presidencial, por sobre todas las otras cosas, late una profunda reflexión sobre nuestro destino colectivo. Esa reflexión -siquiera la posibilidad de que se produjese- estuvo obturada durante la noche neoliberal, y habría que pensar si, en lo profundo, no es esto lo que no les perdonan a Néstor y Cristina: que seamos capaces de pensar juntos los problemas nacionales desde una perspectiva nacional. Porque todo lo demás está permitido y hasta se celebra: ser de derecha, de izquierda, de centro, ser onegeísta, universalista, cosmologista, o barrialista. Lo único que el establishment no tolera es que haya un pensamiento para las mayorías, un pensar que ponga al pueblo en el centro de la reflexión sobre el destino de la Patria. De ahí el pataleo de la derecha por el uso la cadena nacional: porque la oratoria extensamente reflexiva de la Presidenta alcanza a nuevos argentinos y argentinas que comienzan a recapacitar que acaso ellos no sean -como los retrata el Monopolio- islas en un mar de infortunios. Compatriotas que empiezan a sentirse parte de una misma deriva: la de aquel buque que zarpó hace ya tantos años y que hoy la tiene a Cristina en el puente de mando. 
Por Carlos Semorile.