Querida Juliette Binoche, no deseo importunarte pero
ayer fuiste mencionada por un grupo de gorilas (“gorilles”) en una situación
por lo menos impropia, y me pareció que tenías que saberlo. Te cuento cómo se
dieron las cosas. Primero fui al kiosco de diarios y revistas (el “kiosque”,
viste?), y con la canillita comentamos el cacerolazo de la otra noche. En nuestro
barrio, el “concert de casseroles” se hizo sentir con fuerza, y eso hizo que mi
amiga evocara algunos episodios penosos de su infancia. Me contó que creció en
la casona de una gente muy rica donde las pasó “muy duras”. La Señora de la
casa era muy estricta, y un día armó un escándalo porque en la fuente de la
sala faltó una banana. Todas las miradas confluyeron sobre su inocencia y la
decretaron culpable (el Señor no fue de la partida: después de todo, él se
había comido la famosa “banane”). Sin embargo, la piba no guardaba rencor y un
día corrió por la vereda para abrazar a la Señora que regresaba de un viaje.
Pero nuevamente fue reprendida: ella no podía permitirse esos “arranques”, por
algo usaba el uniforme de las criadas. Estas cosas le hicieron comprender, por
ejemplo, que cuando las hijas de la Señora, sin mala intención, le afanaron de
un cofrecito de cartón las dos guitas con cincuenta que eran todos sus ahorros,
era mejor que se quedara en el molde. Pero eso fue hace muchos años, y ahora
está cansada de bancarse “dans le moule” y ella, que nunca fue peronista,
espera que Cristina apechugue y peche como viene haciendo hasta ahora. La
conversa se cortó porque llegaron otros clientes, lectores de Clarín y La
Nación, los diarios “de la droite”, me entendés? Nos despedimos “en clave”, y
me fui a leer el periódico a un barcito tranquilo que está en el predio de unas
canchas de tenis. Primero reinó el silencio, pero luego aparecieron cuatro
señores que venían de jugar un partido de dobles. Enseguida se sumó la mujer de
uno de ellos, y entre los cinco mantuvieron una muy animada charla en
torno a la figura y las políticas de la Presidenta. Te juro por mi vieja,
Juliette, que cada dos o tres temas tocados de oído, volvían al asunto del dólar
y ahí se regodeaban con cotizaciones, cuevas, declaraciones juradas, etc. Había
uno medio líder que los traccionaba hacia las otras maldades del gobierno, pero
no había caso porque el fantasma del dólar volvía a pasearse por Elsinor y
parecía exigirles la consumación de un crimen político. Estaban tan embalados
que pensé que iban a organizarse para la próxima protesta, pero a los 15
minutos se cansaron de no escucharse y de putear todos al unísono. Fue entonces
cuando la mujer tomó la batuta y se puso a comentar los estrenos cinematográficos
y, a cuenta de tu última peli, empezó a mencionarte como si te conociera de
toda la vida. Cuando dijo “la Binoche” cual si fueses una de ellos, tuve ganas
de acercarme y decirle que no tenía ni idea de lo que hablaba. Que no sos egoísta
ni insolidaria, y que por eso alguna vez dijiste: “Yo nunca trato de salvarme:
yo me expongo”. Que serás muy francesa, pero no afrancesada (“francisée”), que
tu trayectoria transita la sensibilidad y la inteligencia, y que a Sarkozy (al
que ellos aman) lo has defenestrado como “nuestro pequeño emperador disfrazado -y
muy bien- de demócrata”. Pero, creeme, esta gente no entiende razones. Porque
en el fondo, como dice mi amiga la canillita, ellos no pueden ver que los
negros tengan las mismas posibilidades y las mismas aspiraciones que todos. Son
gorilas, sabés? Y puede que vean mucho cine europeo, pero los pelos no les
dejan ver al semejante.
Por
Carlos Semorile.
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