sábado, 22 de septiembre de 2012

Supresión de honores hasta nuevo aviso



La historia es harto conocida: cuando en el Regimiento de Patricios brindaron por Cornelio Saavedra y pusieron sobre su testa una improvisada corona, Mariano Moreno contestó con el Decreto de Supresión de Honores: “Se prohíbe todo brindis, viva, o aclamación pública en favor de individuos particulares de la Junta. Si éstos son justos, vivirán en el corazón de sus conciudadanos: ellos no aprecian bocas que han sido profanadas con elogios de los tiranos. No se podrá brindar sino por la patria, por sus derechos, por la gloria de nuestras armas, y por objetos generales concernientes a la pública felicidad”. En aquella hora decisiva se dirimían, como hoy, dos proyectos de nación, y quienes simbólicamente buscaban entronizar a Saavedra terminarían por desplazar al Secretario de la Junta, para envenenarlo luego y tirarlo al mar junto a su Plan de Operaciones, y también junto a la Supresión de Honores. Tiempo después vendría Rivadavia a no dejar en pie ni una sola piedra que fuese morenista en el edificio económico de la patria, y décadas más tarde don Bartolomé Mitre se encargaría de edificar el andamiaje iconográfico de las figuras del país liberal. Para los del panteón oficial, gloria y honor; para los réprobos, la nada misma. Las distintas vertientes del revisionismo y del pensamiento nacional se encargarían -y se encargan todavía- de desmontar aquella “superestructura cultural” que maniata toda reflexión, y pone a los cautivos a adorar a sus señores. Vivimos una época donde vuelven a discutirse todos los hechos que “La Historia” petrifica en un quietismo de mármoles y mausoleos, y en la que los olvidados y malditos, viejos o recientes, se desentumecen cada vez que sus nombres flamean en las banderas de las multitudes. De tal suerte, los patriotas desplazan a los infames y los honorables a los vendepatria, restituyendo sentido al devenir histórico argentino. Sin embargo, persiste un problema en torno a los nombres del presente y a la pertinencia o no de rendirle honores a los distintos actores políticos que participan de este proyecto de recuperación nacional. Es entendible que todos creamos que quienes nos conducen son leales y genuinos intérpretes de la causa porque, en última instancia, todo colectivo humano necesita de un panteón de aguerridos notables. Pero pienso que habría que reactualizar en un sentido más amplio, más cultural que político, el Decreto de Supresión de Honores de Mariano Moreno. ¿Para qué? Para no generar ídolos de barro, para no seguir a salames que después aflojan o pasan a ser conversos, para no tener la mochila llena de Lanatas, Sarlos, De Genaros, Felipes Solás, Michelis, Solanas, Moyanos, etc. Se me dirá, con razón y justicia, que algunos de los nombrados nunca fueron compañeros-compañeros y que el sistema liberal de cucardas eleva figurones que nada tienen que ver con una mirada nacional y popular. Siendo esto cierto, ahí no termina la cuestión porque la profundización del modelo inevitablemente va afectando intereses, y en cada vuelta de tuerca habrá quien diga en forma estentórea “hasta aquí he llegado” ó, más bizarramente, “ésto no lo puedo tolerar”. Como me viene diciendo desde hace rato un sabio que conozco, y que tiene encima unos cuantos blasones: “Esta batalla es hasta el último día, porque hasta ese instante cualquiera -literalmente cualquiera- puede darse vuelta". Creo, pues, que tenemos que revisar a fondo el sistema de encumbramiento de prestigios y la formación de nombres intocables. Y como no podemos saber de antemano quién se la jugará hasta el final y quién no, deberíamos evitar ensalzar a nadie. Guardemos los fastos, pues, y que no se brinde “sino por la patria y por la pública felicidad”. Porque, además, cuando los compañeros son grandes de verdad no andan a la pesca de laureles, y el reconocimiento de sus cumpas es aliciente suficiente. Mejor aún que la canonización en vida es saber que, si son justos, vivirán en el corazón de sus conciudadanos”. Supresión de honores, entonces, hasta nuevo aviso. Porque la pelea es larga, y porque necesitamos luchadores que “ni ebrios ni dormidos” defeccionen del proyecto colectivo que nos necesita a todos unidos, organizados y solidarios.
Por Carlos Semorile.

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