La historia es harto conocida: cuando en el
Regimiento de Patricios brindaron por Cornelio Saavedra y pusieron sobre su
testa una improvisada corona, Mariano Moreno contestó con el Decreto de Supresión
de Honores: “Se prohíbe todo brindis,
viva, o aclamación pública en favor de individuos particulares de la Junta. Si
éstos son justos, vivirán en el corazón de sus conciudadanos: ellos no aprecian
bocas que han sido profanadas con elogios de los tiranos. No se podrá brindar
sino por la patria, por sus derechos, por la gloria de nuestras armas, y por
objetos generales concernientes a la pública felicidad”. En aquella hora
decisiva se dirimían, como hoy, dos proyectos de nación, y quienes
simbólicamente buscaban entronizar a Saavedra terminarían por desplazar al
Secretario de la Junta, para envenenarlo luego y tirarlo al mar junto a su Plan
de Operaciones, y también junto a la Supresión de Honores. Tiempo después
vendría Rivadavia a no dejar en pie ni una sola piedra que fuese morenista en
el edificio económico de la patria, y décadas más tarde don Bartolomé Mitre se
encargaría de edificar el andamiaje iconográfico de las figuras del país
liberal. Para los del panteón oficial, gloria y honor; para los réprobos, la
nada misma. Las distintas vertientes del revisionismo y del pensamiento
nacional se encargarían -y se encargan todavía- de desmontar aquella “superestructura
cultural” que maniata toda reflexión, y pone a los cautivos a adorar a sus
señores. Vivimos una época donde vuelven a discutirse todos los hechos que “La
Historia” petrifica en un quietismo de mármoles y mausoleos, y en la que los olvidados
y malditos, viejos o recientes, se desentumecen cada vez que sus nombres flamean
en las banderas de las multitudes. De tal suerte, los patriotas desplazan a los
infames y los honorables a los vendepatria, restituyendo sentido al devenir
histórico argentino. Sin embargo, persiste un problema en torno a los nombres
del presente y a la pertinencia o no de rendirle honores a los distintos
actores políticos que participan de este proyecto de recuperación nacional. Es
entendible que todos creamos que quienes nos conducen son leales y genuinos intérpretes
de la causa porque, en última instancia, todo colectivo humano necesita de un
panteón de aguerridos notables. Pero pienso que habría que reactualizar en un
sentido más amplio, más cultural que político, el Decreto de Supresión de
Honores de Mariano Moreno. ¿Para qué? Para no generar ídolos de barro, para no
seguir a salames que después aflojan o pasan a ser conversos, para no tener la
mochila llena de Lanatas, Sarlos, De Genaros, Felipes Solás, Michelis, Solanas,
Moyanos, etc. Se me dirá, con razón y justicia, que algunos de los nombrados
nunca fueron compañeros-compañeros y que el sistema liberal de cucardas eleva
figurones que nada tienen que ver con una mirada nacional y popular. Siendo
esto cierto, ahí no termina la cuestión porque la profundización del modelo
inevitablemente va afectando intereses, y en cada vuelta de tuerca habrá quien
diga en forma estentórea “hasta aquí he llegado” ó, más bizarramente, “ésto no
lo puedo tolerar”. Como me viene diciendo desde hace rato un sabio que conozco,
y que tiene encima unos cuantos blasones: “Esta batalla es hasta el último día, porque hasta ese instante cualquiera
-literalmente cualquiera- puede darse vuelta". Creo, pues, que tenemos que
revisar a fondo el sistema de encumbramiento de prestigios y la formación de
nombres intocables. Y como no podemos saber de antemano quién se la jugará
hasta el final y quién no, deberíamos evitar ensalzar a nadie. Guardemos los
fastos, pues, y que no se brinde “sino
por la patria y por la pública felicidad”. Porque,
además, cuando los compañeros son grandes de verdad no andan a la pesca de
laureles, y el reconocimiento de sus cumpas es aliciente suficiente. Mejor
aún que la canonización en vida es saber que, “si son justos, vivirán en el corazón de sus conciudadanos”. Supresión de honores, entonces, hasta nuevo aviso. Porque la pelea es larga, y porque necesitamos luchadores que “ni ebrios ni dormidos” defeccionen del proyecto colectivo que nos necesita a
todos unidos, organizados y solidarios.
Por
Carlos Semorile.
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