sábado, 28 de abril de 2012

"Nosotros mismos", los que escribimos torcido


Ayer la Presidenta dio otro paso significativo para que “la tradición de todas las generaciones muertas” deje de oprimir “como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Sin necesidad de mencionar al 18 Brumario, Cristina propuso cambiar la fecha original del acto: “Por qué no hacerlo el 27 de abril cuando comenzamos nosotros mismos a construir a partir de nuestras convicciones históricas, de nuestros principios políticos, una historia que estamos escribiendo nosotros mismos”. Este “nosotros mismos”, tanto el de la construcción política como el de la escritura histórica, es tan revolucionario en términos culturales como algunas de las medidas más audaces de los gobiernos kirchneristas. El dominio de los muertos sobre los vivos, además de ser una cuestión propia de confesionarios, divanes y conciencias contritas, es un problema político que reclama una respuesta política. Claro que no cualquier respuesta, dado que no se trata de cualquier problema sino de uno de los más canijos de encontrarle la vuelta. Las tradiciones, cuando son genuinas, no son amuchamientos arbitrarios de historias, ni azarosos relatos sin sustancia. Sin embargo, también es cierto que los rituales que mantienen activos los componentes míticos de una comunidad, pueden derivar en mecanismos sin alma que terminan exigiendo la fosilización de la dinámica social. Y esto, lejos de ser un asunto teórico, resulta un tema vital para que toda la formidable energía liberada desde el 2003 a la fecha sepa eludir, por decirlo de alguna manera, “las tumbas de la gloria”. ¿Se trata de renegar del pasado? Nada de eso: la Presidenta es la primera en hacer que estén disponibles las imágenes de la historia, a condición de revisarlas para que, justamente, no nos persigan como solemnes estampas de una identidad congelada y mustia. Las nuevas generaciones están en mejores condiciones para evitar el mal del auto-desconocimiento, y hoy más que nunca -Cristina mediante- los legados están ahí. Esperándonos, para que los aprehendamos en su complejidad y, sobre todo, con sus enseñanzas (el estadio completo la escuchó referirse a “los acontecimientos vertiginosos y terribles” de los ´70). Desde que este revisionismo popular está en marcha, permanentemente se rescatan figuras -nacionales, provinciales, comunales y hasta barriales- que el liberalismo asesinó dos veces: cuando la muerte, y cuando el olvido, porque, mientras imperó la derecha, ni los muertos estuvieron a salvo. Hoy, en cambio, se los recuerda con amor y lucidez desde que ya no son aquellos fantasmas pesarosos en la mente de sobrevivientes, herederos y sucesores. Se sabe (también porque la Presidenta hace todo lo posible para que se sepa) que ellos no escribieron la historia con trazo recto y letra de molde. En todo caso, a las fuerzas del statuo quo y de aquello inescrutable que a falta de un nombre mejor llamamos azar, las enfrentaron con la inestimable potencia de la voluntad. Pero Cristina no quiere que las herencias se resuelvan tan sólo en términos de deudas. Ella pretende, para decirlo con las palabras de Eduardo Rinesi, que dejen de pesar como lápidas y sean “una inspiración renovadora y crítica”. Sólo así será posible que seamos “nosotros mismos”. Y no importa nada que cronológicamente seamos jóvenes, adultos o viejos. Este presente nuestro (de nuevo Rinesi) “está abierto tanto hacia atrás como hacia adelante, inundado de pasado y preñado de futuro”. Es por ello que ayer en Liniers estuvieron los compañeros muertos, el Néstor, y hasta don Carlos Marx y su brumario del Napoleón trucho. Y en tardes alegres y esperanzadas como las de Vélez, los pibes y los jovatos celebramos que queremos ser Nosotros Mismos, y escribir torcido para seguir enderezando la Patria.
Por Carlos Semorile.

lunes, 23 de abril de 2012

Constance Markiewicz, “esa mujer”

Mañana 24 de abril se cumple un nuevo aniversario del Alzamiento Irlandés de Pascua, ocurrido en 1916. Como un homenaje a ese pueblo al que nos une un enemigo en común -que también ocupa parte de su territorio-, vaya esta semblanza de una de sus luchadoras, La Condesa Roja. Hablamos de Constance Markiewicz, la que siendo joven deslumbró con su belleza a la Corte Británica y la mismísima reina Victoria, y la que luego insultará y maldecirá sin descanso a Inglaterra, “la bestia negra, el país de sus ancestros, del que hay que desconfiar, asegura a ciencia cierta, porque ella proviene de él y lo conoce bien”.

En la Pascua de 1916, Constance Markiewicz estuvo entre quienes ocuparon los principales edificios de la vieja Dublín para terminar con siete siglos de desembozado colonialismo. Frente a la efigie del almirante Nelson, los rebeldes leyeron la Proclama del Gobierno Provisional: “En el nombre de Dios y de las generaciones difuntas, cuyas tradiciones antiguas ha heredado como nación, Irlanda, por medio de nosotros, congrega a sus hijos bajo su bandera y combate por su libertad”. El poeta W. B. Yeats escribiría luego: “Una terrible belleza ha nacido”.

Constance Gore-Booth (tal su apellido de soltera) pertenecía a una de esas familias anglo-irlandesas que nacieron como consecuencia de la política inglesa de ocupación de Irlanda mediante la “plantación” de súbditos británicos. De tal suerte, los “anglos” progresivamente desplazaban a los nativos de las tierras más fértiles de la isla, condenándolos a la mera subsistencia en base al monocultivo de la papa. Desde el siglo XII, la Corona Británica se ocupó de procurarles todo tipo de padecimientos a los hijos de Erin: hambrunas, exilios, prohibiciones políticas y persecución religiosa. El plan de los ocupantes era de vastos alcances: “Debemos cambiar su forma de gobierno, su ropa, sus costumbres, su régimen de posesión de tierras y sus hábitos de vida; de lo contrario, será imposible inculcarles la obediencia”. Como explicaría Jorge Enea Spilimbergo, Irlanda se convirtió en el laboratorio del imperialismo británico: lo que allí funcionaba, los ingleses lo exportaban luego “irlandizando” el resto de sus colonias (plantaciones, matanzas, suplantación cultural).

Pero como al correr de las épocas se sucedían las sublevaciones de un pueblo indócil, los estrategas del imperio pensaron que había que ir todavía más allá: “Si el habla es irlandesa, el corazón debe por fuerza ser irlandés”. Lo más pernicioso de la sustitución del gaélico por el idioma inglés era el modo con que el invasor definía al invadido como el negativo de sí mismo. Según el ensayista Declan Kiberd: “Si los ingleses se han presentado al mundo como controlados, refinados y arraigados, les convenía que los irlandeses fueran exaltados, toscos y nómades”. Sin embargo, una muy joven Constance refutaría este relato: “Cuánto odio la lengua inglesa cuando tengo que expresar un razonamiento: su pobreza me vuelve estúpida”. A ideas como ésta, el grupo “Mujeres de Irlanda” le daría una formulación programática: “Desacreditar la lectura de obras literarias inglesas, los cantos ingleses; disuadir a cualquiera de asistir a las vulgares representaciones inglesas de teatro o de music-hall; combatir por todos los medios la influencia inglesa, que es una injuria al gusto artístico y al refinamiento del pueblo irlandés”.

Casada tardíamente con un falso conde polaco, Constance se acerca fervorosamente al movimiento cultural que encabezan los poetas, dramaturgos y escritores nacionales: Geogre Bernard Shaw, James Joyce, Douglas Hyde, John Singe, Oscar Wilde, W. B. Yeats. El renacimiento gaélico, que buscaba reafirmar la identidad irlandesa, anticipará la revolución política que pronto sacudirá la isla. Activa participante de esta movida cultural, Contance explicaría su propio alumbramiento político: “Desperté a la idea de que Irlanda no se había rendido, y de que existían hombres y mujeres que no habían aceptado la conquista”.

Cerrados todos los caminos de participación, los irlandeses se inclinaron por la opción armada. Así, con los conocimientos adquiridos por su aristocrático origen, la amazona Markiewicz se dedicará a entrenar scouts en tácticas de guerrilla urbana: “Dentro de diez años esos muchachos serían hombres. Me los imaginaba alcanzando la mayoría de edad y alistándose, como si tal cosa, en el Ejército o en la policía británicos y, en consecuencia, sometiendo a los de su propia clase a la autoridad inglesa”. Feminista a ultranza, también integrará la Unión de Mujeres y, ya convertida en la “Condesa Roja”, tendrá una destacada actuación en la huelga de 1913 acompañando al socialista Jim Larkin (el dirigente que había impresionado nada menos que a Lenin).

Fracasado el Levantamiento de 1916, “Madame” Markiewicz escuchará desde su celda las detonaciones con las que los ingleses fusilan prolijamente a los líderes de la insurrección. Sus compañeros caen para escarmiento de sus seguidores. Se salvan unos pocos: Eamon de Valera, por haber nacido en U.S. A., y el hiberno-argentino Eamon Bulfin, el joven que izó la tricolor en el edificio de correos de Dublín. Ella, que no es pasada por las armas “única y exclusivamente en razón de su sexo”, le escribe al tribunal que “habría preferido que ustedes hubiesen tenido la decencia de fusilarme”. Y como para que no queden dudas, dirá años más tarde: “Nosotros hemos conocido la dicha de tener en el punto de mira el corazón de un soldado inglés”. La prensa la perseguirá hasta después de muerta, presentándola como una “mujer sedienta de sangre”. Pero cuando Yeats escriba la elegía a esa semana crucial, nombrará a la Markiewicz como “esa mujer”.

Beneficiada por la amnistía de 1918, Markiewicz llegará al parlamento de la mano del Sinn Féin (Nosotros Mismos), “la nación organizada” según de Valera, el primer presidente de la República de Irlanda. Y cuando se discuta la partición de la isla (jugada de la diplomacia inglesa para debilitar el nacionalismo y la emancipación de los irlandeses), ella se opondrá: “Yo he visto las estrellas, y no pienso seguir la luz vacilante de un fuego fatuo”.

Por Carlos Semorile.

martes, 17 de abril de 2012

"Puro ripio"

El plenario de comisiones por el tema de YPF fue, para quienes lo vimos televisado, un episodio premeditado de estoicismo. ¿Qué curiosidad morbosa puede llevarlo a uno a escuchar los agravios hacia el gobierno? Sin percatarse, creo, del daño que se hacen a sí mismos, senadoras y senadores del arco opositor volvieron a perpetrar un acto de lesa homogeneidad: todo parejito y achatado, la medianía misma aún cuando en algún momento hayan ensayado el elogio de la vehemencia del viceministro Kicillof. Para decirlo todo de una vez: las palabras de la opo son “puro ripio”. Puro ripio, es decir: un discurso insalvablemente pobre, materia en bruto sobre la que no parece haberse producido ninguna intervención de la inventiva o del trabajo humano. Así las cosas, no es de extrañar que el kirchnerismo ocupe largamente el centro de la escena política. Lo hace con hechos, con liderazgo y, especialmente, con palabras. Hay un abismo entre el discurso de Cristina y el balbuceo inconexo y vacilante de quienes sólo buscan esmerilarla. La oratoria de sus oponentes, por necesidad de mantener un espacio que está real o imaginariamente amenazado, termina entonces contestando desde lugares que el paso de los años –y sobre todo de estos últimos años- han dejado deslegitimados, y sin chances de hacer anclaje en sectores importantes de la sociedad. Son como antiguos amantes a los que el trancurso del tiempo, brutal e impiadoso, los ha privado del arte de la persuasión. Y es que en la nueva Argentina de la palabra emancipada, el ripio hablado ya no seduce a nadie.

Por Carlos Semorile.