No hace falta ser Lévi-Strauss para
percibir que “la restauración infracultural” nos va llevando en el sentido
contrario al de la evolución humana y que, si no le ponemos un freno, pronto
vamos a pasar de lo cocido a lo crudo. No es por una cuestión estética que nos
alarma que Macri diga “atractividades”, sino porque entendemos que semejante
indigencia lexical nos abisma a un desierto de la lengua donde el pensamiento
cesa. El presidente más rico y más enriquecido de la historia es apenas un
pordiosero del lenguaje y, en ese vacío cultural, vuelve a brotar “la aspiración
al genocidio”. Genocidio de voces y de miradas, de un orden fundado en reglas
que garantizan el común vivir; genocidio de minorías y de derechos y, al final,
genocidio de las grandes mayorías, condenadas a apagar el fuego de sus cocinas
y a comer las sobras del inmoral festín de estos oligarcas impiadosos y
brutales.
Por Carlos
Semorile.