domingo, 21 de diciembre de 2014

Calibán

Caetano tiene una frase muy generosa: “Los americanos representan gran parte de la alegría existente en este mundo”. Pero enseguida aclara: “Para los americanos, blanco es blanco, negro es negro, y la mulata no es tal”. Las dos cosas son ciertas, y sólo un discípulo de Oswald de Andrade puede proceder a semejante antropofagia cultural: nosotros podemos agradecerles la porción de dicha que le han dado al mundo aunque ellos no puedan reconocer la riqueza que entraña el mestizaje. Qué digo el mestizaje! Para los sectores más retrógrados de USA, en estas tierras sigue suelto Calibán, el indio caribe, tan bárbaro y caníbal como en La Tempestad. Pero ya Martí decía: “Cuba es más que blanco, más que mulato, más que negro”. Cuba es siempre más y por eso representa, parafraseando a Veloso, mucha de la alegría existente en el mundo. Y también simboliza la verdad de la palabra, y la dignidad de los actos.

Por Carlos Semorile.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Cristina y la reparación del nombre propio



Cuando gobernaba Néstor, era senadora nacional aunque muchos se empeñaran en motejarla sólo como primera dama. Apenas asumió, algunos quisieron embretarla en una sigla al estilo estadounidense, CFK, que más temprano que tarde quedó en desuso porque ella llevó la discusión a otro terreno: lo correcto sería llamarla Presidenta, en vez del masculino presidente. Andando el tiempo, fueron llegando los apodos, los motes, y los alias. Así fueron pasando Krispación y la Yegua, insultos que la militancia metamorfoseó en Cris-Pasión y en múltiples imágenes de una pura sangre arrolladora. En la campaña de 2011, diseminando un poderoso y reconocido símbolo cultural, Néstor la llamó “Presidenta Coraje”. Hoy, basta con mencionar a La Jefa para saber que hablamos de la conductora indiscutida del Movimiento Nacional. Y, al unísono, para millones de argentinas y argentinos alcanza con decir Cristina.

Si esta fuese nomás la historia de un nombre de mujer, quedaría reducida apenas a las vicisitudes de cualquier biografía, otra de tantas que ha habido, una de las tantas que habrá. Pero resulta que ese nombre, Cristina, mejor dicho en el periplo que ha recorrido ese nombre -y que aquí resumimos a las apuradas- viaja también la reparación de los nombres propios de cientos de miles de compatriotas. Porque no es lo mismo decir “me llamo María” en plena crisis de 2001, que llamarse María en la alborada de 2015. Una cosa fue decir “soy José, no tengo laburo, hago lo que haga falta” -mientras esa misma frase se repetía como un eco inclemente y feroz-, y otra muy distinta es que hoy José tenga un salario, obra social, que sus pibes tengan escuela y que él y los suyos puedan acunar esperanzas. No son iguales el José del desamparo que el José de la reparación. Tienen el mismo nombre, pero ya no son la misma persona.

Ese nombre, todos los nombres bajo los cuales nacimos a esta vida, hemos sido partícipes, o cuando menos testigos, del cambio formidable de un país agonizante -tanto que estuvo a punto de disgregarse y perder hasta el nombre- a una Nación que comienza a ser digna de llamarse así. Porque así como en el colapso estuvimos a punto de no saber ni quiénes éramos, esta dignidad recobrada nos alcanza a todos -aún a quienes se oponen- y se adhiere al nombre que cada uno tiene. Veníamos de una historia penosa en la que nadie podía asumir su propia biografía en plenitud, puesto que cuando uno dice su nombre también dice “estuve”, dice “hablé”, dice “amé”. En aquellos años de abatimiento, no lo podíamos decir: éramos un montón de ausencias, rostros y nombres en retirada. La reparación del nombre propio es parte de un devenir colectivo de miles que hoy pueden decir y dicen: “estuve, bailé, canté, abracé”.


De ahí, entonces, la relevancia y la significación que adquiere el nombre de una mujer notable en una tierra que ya ha parido mujeres gigantes. Cuando decimos “Cristina”, además de una semblanza pública, recorremos las multitudes argentinas en un doble sentido: como singularidades que van siendo reparadas, y como una comunidad que se proyecta hermanada hacia su emancipación. Por estas dos cuestiones, tan ligadas entre sí, es que cada tanto se escucha mencionar su nombre con desprecio. Que no le extrañe: son los mismos que no se conmovieron cuando usted, junto con su nombre y el de tantos otros se destripaban en la derrota. Y si usted salió del fango, si recuperó la vertical humana y con ella todas las posibilidades que caben en un destino decente, ciña el nombre de Cristina y anúdelo a su corazón. Será como abrazarse a sí mismo para llevar bien alto el nombre que le dieron sus padres.

Por Carlos Semorile.



lunes, 15 de diciembre de 2014

Las cocinas peronistas



El legendario Gregorio Levenson tiene un bello pasaje de lo que podríamos llamar las “cocinas peronistas”. Levenson sostiene que para las generaciones “sesenteras” el peronismo fue narrado y fue “legado” en las cocinas, el ámbito donde se pasa más tiempo que en casi ningún otro lugar de la casa. Eso fue historia, y de seguro también sucede hoy: allí “se cocina”, es decir, se pone a punto el peronismo como “cultura del oprimido”. Pero la lengua popular también usa los términos cocina o comedor para referirse a la dentadura. Y entonces, podemos pensar que, a partir de Argentina Sonríe, se abre un nuevo significado de lo que entendemos por “cocinas peronistas”. Ya no se trata de las cocinas de la resistencia, sino de la reparación, pieza por pieza, de las sonrisas y las palabras que desarticuló el neoliberalismo. Porque, de la mano de Cristina, se reafirma que el peronismo es la cultura y la sonrisa del oprimido.

Por Carlos Semorile.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Si bailás con tu pueblo, caminás junto a él



En sus reflexiones musicales, Ricardo Rojas hablaba de “la energía latente y divina del simple ritmo primordial”. Esa vibración es la que en el origen mismo del mundo trasformara, como reza un proverbio africano, el andar en danza y la palabra en música. El brasilero Glauber Rocha lo resumía mediante un refrán popular: “Si bailas la samba caminas; si no bailas la samba no caminas”. Hablar, cantar, caminar, bailar, toda una sucesión orgánica que va siguiendo “la energía latente y divina del simple ritmo primordial” de la naturaleza y los seres. Es por eso que, cuando tenemos una emoción, la cantamos y la bailamos. Y si esa emoción conjuga un latir unísono, y un mismo amor por la Patria, se canta y se danza para seguir cobijando el verbo y seguir andando por todo lo que falta. Pero, ojo!!!, no son fotos ni colores lo que hacen hacer bailar de felicidad al pueblo. Porque sólo si bailás con tu pueblo, caminás para siempre junto a él.       



Por Carlos Semorile.

sábado, 6 de diciembre de 2014

La mirada



(Composición del afiche: Oscar Rovito)

Llega el nieto 116 y aparecen algunas pocas fotos de sus padres. Verlas así, multiplicadas y con diversos epígrafes de bienvenida, invita a pensar en la cantidad de veces que acaso ya vimos a Ana Rubel y a Hugo Castro. Esos rostros nos son conocidos y creo que hay algo en sus gestos, pero sobre todo en sus miradas que nos provocan ese efecto de familiaridad. Los ojos sonrientes de Hugo y el gesto de Ana como diciendo “ajá, mirá vos!”, son parte de una cierta mirada argentina. Creo que incluso nos intuyeron a nosotros, los que hoy los miramos a ellos para completar un ciclo de justicia. Y recuerdo lo que compartió Teresa Perrone sobre una amiga suya que le dio un beso a la Presidenta: “Me habló sobre la mirada de Cristina, me dijo algo así como que era una mirada tan seria, tan profunda, una mirada que encerraba la mirada de su generación, de la nuestra”. Los que supieron ver, los que enseñaron a mirar.

Por Carlos Semorile.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Pedestales



Quise ser irónico con los “pavotes”, y me cruzó un fundamentalista del “justo medio”. Vamos!, no me digan que no se han topado con ninguno, con sus consejos –si están de buenas-, o sus acusaciones si es que están enfadados. En este caso, parece que pequé de varias cosas, sobre todo de subirme a un pedestal. Me puse la penitencia y me comprometí a pergeñar este “Pedestales” que sería “sólo autocrítico, evitando el humor y la ironía, cosa de no parecer ni sobrador, ni ideológico, ni irreflexivo: procurará caminar por la línea del medio de la avenida, esa por la cual transitan millones de compatriotas reflexivos, sobrios y alejados de cualquier atisbo de odio”. El Juez –de algún modo hay que llamarlo- dijo que le bastaba con que mi respuesta no fuese “propagandística”. Semejante pedido me dejó azorado: ¿en qué mundo vive este muchacho? Y, en todo caso, ¿por qué no podría celebrar lo que creo?

En realidad, hay promesas que son de cumplimiento imposible. Así como él no puede bajarse de su pedestal –para empezar, ni admite estar encaramado a uno-, yo no puedo dejar de parecer ideológico. A mí, lo confieso, me fascinan las ideologías, y ni te cuento lo que me provoca “La Doctrina”. Tampoco puedo dejar de dar la imagen de sobrador, y por eso ahora mismo lo cito al Horacio González y te hago caer de culo. Recuerdo un lúcido escrito de González acerca de los pedestales, sobre el peligro de hundir al festejado en la solemnidad opresiva de los ceremoniales. Pero Horacio (soy tan sobrador que lo tuteo) también señalaba la facilidad de tomarse en solfa estos homenajes públicos que ofrecen tantos flancos a la chacota liviana, sin pensar que también ellos son un modo de reflexión y de memoria comunitaria. Como ves, el tema no es tan sencillo: ni la proliferación de estatuas, ni su ausencia lisa y llana.

Pero sobre todo, como verás a continuación, no puedo dejar de parecer irreflexivo. Un fanático, para decirlo en tu lenguaje que también es el mío, aunque le damos énfasis opuestos a la misma palabra. Mi fanatismo me llevó a postear esta imagen que resume un dolor íntimo y un pesar colectivo. Es nada más que una caricia, pero quien la recibe y quien la da están acompañados por una multitud de compatriotas que muchas veces –pero muchas, eh?- nos hemos sentido acariciados por ellos. Y resulta que entonces nos vemos conmovidos por ciertos pedestales que nos parecen justos y necesarios. Qué joder! Nos parecen bellos, che! Creemos que ese hombre y esa mujer son lo mejor que le pasó al país desde la época gloriosa –sí, dije gloriosa- de Juan Perón y Eva Duarte. Y ahorita que ya me liberé de parecer ecuánime, sobrio y prudente, te pregunto: vos, sí, vos, el Juez, ¿a quién pondrías en ese pedestal?

Por Carlos Semorile.

jueves, 4 de diciembre de 2014

El asilo de los pavotes



Uno está hastiado de escuchar gansadas todo el santo día: que el subsidio al cornudo, que el medio aguinaldo para las amantes despechadas, que la asignación universal para raperos, skaters y marihuanos. No terminan de instalar una huevada, que ya largan otra mentira que largamente supera la anterior. Y hay que ver las caras de los crédulos: las mandíbulas caídas, los ojos inyectados en sangre, una espuma ácida quemándoles las encías y los labios. Antes, en las comunidades más o menos pequeñas, estaba el idiota del pueblo. Estos no; éstos son la idiocia misma, personas irremisiblemente individuales. ¿Cómo se retrata este gentío de otarios? Con las palabras de Elías Castelnuovo: “No era la soledad de una persona que se niega deliberadamente a alternar con los demás: era la soledad forzada de una multitud de almas sombrías, desligadas entre sí, a quienes la fatalidad había embutido en una misma lata de sardinas”. Están, como los personajes de Castelnuovo, en un reformatorio. El asilo de los pavotes.

Por Carlos Semorile.