En 1984,
cuando aquí veníamos saliendo de la Dictadura Genocida,
tuvimos dos acontecimientos que revolucionaron el aire que respirábamos. Uno de
ellos fue la serie de conciertos que Silvio Rodríguez y Pablo Milanés dieron en
el antiguo estadio de Obras Sanitarias, que en principio iban a ser unos pocos
recitales y terminaron siendo catorce fiestas populares. De aquel encuentro
entre artistas cubanos y argentinos quedó un registro sonoro y también uno
fílmico, pero quienes entonces éramos jóvenes y ya habíamos gastado nuestros magros
ahorros en las primeras localidades, seguimos yendo cada noche y encontrando
cada vez una nueva manera de colarnos.
El segundo
acontecimiento fue la aparición de “Silvio. Que levante la mano la guitarra”,
un libro donde podíamos hallar aquellas letras del cubano que teníamos la
imperiosa necesidad de leer con detenimiento. Muchas ya formaban parte de
nuestra historia musical porque, como es sabido, los cassettes con sus
canciones ya venían circulando de mano en mano desde tiempo atrás. Pero la
obra, además, traía unas fotos preciosas –en ByN- que para los fanáticos eran
otro motivo para comprarla y atesorarla. Hablando de fanatismo, en mi familia
llegó a haber casi tantos ejemplares como miembros del clan: “-¿Este es el mío?” “-No, querido, el tuyo
lo prestate o te lo afanaron. Este es el mío”.
El otro asunto
que nos resultaba vital en aquellos años donde aún no existían las redes
electrónicas, era poder acceder al pensamiento vivo de Silvio a través de la
entrevista realizada por los autores del libro, Víctor Casaus y el ya fallecido
Luis Rogelio Nogueras (“el mejor poeta de
mi generación”, tal como lo presentó Silvio en su concierto de 2007 para el
pueblo dominicano). Aunque el “deshilvanado
prólogo” había querido dar cuenta de las cuestiones presentes en la literatura
musical del trovador, era aquí, en este encuentro entre poetas (Casaus,
Nogueras y Rodríguez), donde el libro alcanzaba su cenit de definiciones –con
ciertos ajustes de cuentas-, remembranzas, fraternidad y gratitud.
A casi
cuarenta años de aquella conversación hay que reconocer la vigencia de las
reflexiones de un hombre que siempre se exigió a sí mismo para estar a la
altura, no sólo del presente, sino del porvenir. Del mismo modo en que su
poesía y su musicalidad no se han resentido por el paso del tiempo, sus
respuestas de 1984 pueden ser leídas hoy sin encontrar rastros de solemnidades
vanas: “De Cuba no tengo ninguna influencia.
Lo que tengo de Cuba son las raíces (…) Creo que mi influencia fundamental es la Revolución (…) pero si
quieren una respuesta profunda diré que el responsable máximo de mi expresión
es Fidel”.
Esta nueva
edición contiene dos introducciones relevantes. Una es del propio Silvio: “De todo lo que se ha escrito sobre mi
trabajo, Que levante la mano la guitarra es sin dudas lo más entrañable (…) Se
trata de un libro concebido en tiempos difíciles, complejos, hermosos, en una
Cuba que intentaba acercarse a su propio ideal. Mucho de aquel país está en las
manos del lector, en asuntos que –si miro en torno- parecen intemporales”.
La otra es de
Víctor Casaus: “Que levante… nació paralelamente
con el documental homónimo que realizamos en el Instituto Cubano del Arte e
Industria Cinematográfica (ICAIC), con guión de Wichy Nogueras. Wichy partió
demasiado pronto y por ello hemos mantenido intacto el contenido original de
este libro en las diversas reediciones que han aparecido década tras década. Así
sucede con esta, que continúa siendo, sobre todo, un homenaje a la amistad, que
ahora se ensancha otro poco con la inclusión de la foto de Kaloian Santos
Cabrera en la flamante portada. Desde esa amistad, esta nueva edición de
Colihue hace justicia también a la importancia que ha tenido Argentina en la
vida del trovador (…) Silvio ha acompañado desde la canción y el compromiso los
más importantes desafíos del pueblo argentino”.
Ya mencionamos la trascendencia que tuvieron
aquellos recitales de Obras, lo mismo que los del Luna Park en 1986, el concierto
homenaje por los 30 años de la muerte del Che Guevara en la querida cancha de
Ferro, su presencia en 2004 en la
Plaza de Mayo por los festejos de la Revolución de Mayo, el
impresionante encuentro de Villa Lugano en 2015, y otra masiva celebración en
Avellaneda en 2018.
En este último
acto, el poeta Jorge Boccanera le dedicó su poema “Engarce”, y cuando presentó esta
nueva edición en la última Feria del Libro de Buenos Aires, recordó que cuando
entrevistó a Silvio en 1978 en México “le
comenté que me llegaban noticias de que aquí, en Argentina, mucha gente escuchaba
sus canciones en casettes que iban de mano en mano eludiendo la sombra de la
dictadura. Silvio me miró no muy convencido”. Esas dudas, hace ya tiempo,
quedaron disipadas.
En su
presentación, Boccanera también rescató “la
presencia e influencia de su madre que, dice el trovador, ‘se bañaba con danzón,
barría con boleros y cocinaba con sones’”. Este influjo se desarrollaría luego
bajo el amoroso amparo de Haydée Santamaría, y del creador y director del ICAIC
Alfredo Guevara (háganse un regalo: busquen y lean sus cartas reunidas en “¿Y si fuera una huella?”). Y entre
muchos otros con quienes se hermanó en la poesía, Silvio destaca a Roque Dalton.
Este libro, este encuentro
entre poetas, es una delicia porque, como escribió el irlandés Yeats, “Sólo las palabras son un bien cierto: canta
entonces, que esto es cierto también”. Y Silvio siempre nos ha dado motivos
para creer en las palabras, y en la verdad de la canción.
Por Carlos Semorile.