La épica
jornada de ayer nos dejó sobrados motivos para sentirnos orgullosos de lo que
somos capaces los peronistas cuando actuamos como movimiento hostigado y
perseguido. Y si bien no quiero ni una sola sombra sobre esta alegría que nos merecemos
porque la supimos conquistar, tampoco quiero que pasemos por alto que ayer
estuvieron a punto de reprimir y/o detener al Gobernador de la Provincia de Buenos
Aires, o que olvidemos que apalearon al diputado Máximo Kirchner, ni que
filmaron a los manifestantes y dejaron un volquete con piedras para pudrir la
convocatoria, o que se detectó a un infiltrado portando un cuchillo. Y si la
decisión política de nuestros enemigos es avalar a las fuerzas represivas y a
sus servicios para cometer cualquier desborde criminal, es obligación del
Presidente y sus ministros (¿Aníbal vive?) resguardar la integridad de la Vicepresidenta y de
los demás representantes del pueblo argentino. Cuesta muchísimos años que se
formen dirigentes de la talla de todos los nombrados, y no hay que dejar ningún
resquicio para que nos los arrebaten. Poniendo el cuerpo, sí, pero también
exigiendo que el Poder Ejecutivo ponga los límites institucionales que ayer
brillaron por su ausencia.
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