Sin ánimo de
ofender, les pregunto a los "compatriotas de uniforme" -que, no
jodamos, mayoritariamente votaron por "el cambio"- si están
dispuestos a avalar la entrega de la soberanía de las Malvinas, si se van a
cagar olímpicamente en el desamparo de sus propios camaradas de armas
¿asesinados por una potencia extranjera? en alta mar, si se proponen una mansa
capitulación respecto de los recursos energéticos de la Patria -suelo, subsuelo
y cielo-, si están deseosos de someterse al tutelaje -por no decir vasallaje-
de ser "anfitriones" de militares que hablan otros idiomas y que les
van gritar órdenes en otras lenguas distintas a la nuestra, si nuevamente están
desesperados por "ir al muere" y poner la jeta y el cuerpo para
cuidarles el culo a una minoría de oligarcones facinerosos y corruptos, y,
sobre todo, si están ansiosos de reiniciar el ciclo de barbarie, sangre y
muerte que llevó a la cárcel a una generación de genocidas pero, sobre todo, al
escarnio popular y al descrédito más absoluto a las fuerzas armadas y de
seguridad comprometidas en la salvaje represión de la resistencia y las luchas
del conjunto del pueblo argentino.
lunes, 23 de julio de 2018
viernes, 6 de julio de 2018
“¿Cuánto tiempo más llevará?”
(Foto: Carlos Brigo).
Cuando todo
este desastre no hacía más que comenzar, fuimos a ver una obra donde actuaba
una amiga de mi compañera. En aquel teatro del circuito independiente ubicado
en Almagro, nos encontramos con su ex marido -el de su amiga-, un programador
musical que había conducido un ciclo en FM La Tribu y que tiempo más tarde
comenzaría a trabajar en una de las radios de mayor audiencia. Siempre fue muy
conversador, así que no me extrañó que en el breve lapso de una espera de
pasillo fuésemos pasando, como quien no quiere la cosa, de un tema a otro. Pero
sí me sobresalté cuando dijo que lo había tratado a Hernán Lombardi, y aseguró
que era “un tipo encantador con el que se puede hablar”. “¿Te parece?”, le
dije, mientras pensaba que con Lombardi se podría hablar de cosas como coimas,
despidos, vaciamientos, etcétera.
A fines de
2017, viajamos al Norte y, andando por la escalinata que lleva al Monumento de
los Héroes de la Independencia, nos detuvimos a escuchar a un joven vendedor de
artesanías, muy carismático y locuaz, quien afirmaba que se iba preparando para
llegar a ser intendente de Humahuaca. Decía conocer todos los problemas del pueblo,
y estar dispuesto a buscar y gestionar todas las soluciones. Sin embargo, en un
repentino e inesperado cambio de rumbo, aseguró que aspiraba a venirse a
trabajar a Buenos Aires con un señor muy amable, un político cuyo nombre no
recordaba hasta que leyó la tarjeta que conservaba como una carta de triunfo.
¿Adivinaron? Sí, claro. A coro le dijimos, nosotros y otra pareja de viajeros
mucho más jóvenes, que conservara sus nobles intenciones, pero que no esperara
nada del tal Lombardi.
En días como
los que corren me resulta casi imposible no recordar estas estampas de gente
tan diversa que creyó, ¿o sigue creyendo aún? en las promesas de un personaje
tan soez, despiadado y perverso como Lombardi. Me intriga saber qué piensan de
él ahora, cuando su figura está más presente que nunca antes por ser el
causante de un daño masivo. Una nueva calamidad que viene a sumarse a todas las
anteriores, en una acumulación de atropellos cotidianos que hace muy ardua la
tarea de asimilar cada nuevo ultraje hasta percibir que vamos hacia una
encrucijada de saturación. Y la pregunta es si llegamos solos a ese límite
donde no cabe ninguna violencia más, o si la debacle está despertando algunas
conciencias perezosas, o directamente arrepentidas por haber confiado en esta
banda de canallas. De la respuesta a este interrogante depende saber cuánto
tiempo más llevará.
Por Carlos Semorile.
miércoles, 4 de julio de 2018
La Masacre de San Patricio
Algunos miembros de
la congregación de los padres Palotinos se sentían identificados con la
Teología de la Liberación y su opción por los pobres, y como parte de ese
proyecto habían abierto una misión en la localidad de Los Juríes, en Santiago
del Estero. Tras el Golpe de Estado, el padre Alfredo Kelly había denunciado en
un sermón que se estaban rematando los bienes robados a los desaparecidos y que
algunos feligreses de San Patricio habían participado de ello. Poco tiempo después,
Kelly fue asesinado junto con los sacerdotes Alfredo Leaden y Pedro Duffau, y
los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti. La masacre fue llevada
adelante por un Grupo de Tareas de la ESMA en las primeras horas del 4 de julio
de 1976 en la parroquia de San Patricio, ubicada en la esquina de Estomba y
Echeverría, en pleno barrio de Barrio R. Junto a los cadáveres, los militares
dejaron una leyenda: "Estos zurdos
murieron por ser adoctrinadores de mentes vírgenes".
El único
sobreviviente fue el entonces seminarista Roberto “Bob” Killmeatte, pues al
momento de la masacre se hallaba estudiando teología en Colombia. Sus
superiores le ordenaron no regresar a Buenos Aires, pero Killmeatte regresó a
los dos meses en busca de respuestas al asesinato de sus compañeros. Fue
enviado a Roma, pero se las ingenió para volver a la Argentina, y entonces lo
mandaron a Irlanda, donde se dedicó a difundir lo que había sucedido entre los
aspirantes y seminaristas de la congregación palotina de la isla. De regreso una
vez más a Buenos Aires, fue enviado a Los Juríes, la antigua misión de la orden
en Santiago del Estero, donde se dedicó a organizar a los pequeños productores
y campesinos. Cuando sus superiores le ordenaron abandonar la zona, Killmeatte
se retiró del sacerdocio, se casó, tuvo dos hijos, y armó una cooperativa de
pequeños productores en Bariloche.
El periodista
Eduardo Kimel, quien en su libro La Masacre de San Patricio cuestionó el
accionar del Poder Judicial, cuyas maniobras dilatorias aseguraban la impunidad
de los criminales, fue el único condenado por los hechos. Según Kimel, la
masacre tuvo dos características distintivas: fue el ataque más importante
sufrido por cualquier comunidad de la Iglesia Católica en la Argentina en toda
su historia, y en vez de secuestrar y desaparecer a las víctimas, se procedió a
dejar sus cuerpos acribillados dentro de la casa parroquial. Se trataba, pues,
de generar un mensaje al interior de la Iglesia Católica: un mes más tarde fue
asesinado el obispo Angelelli. El caso de Kimel llegó a la Corte Interamericana
de Derechos Humanos, cuyo fallo a favor del periodista recién fue reconocido
durante la presidencia de Cristina Fernández, quién impulsó la despenalización
del delito de calumnias e injurias.
(Durante un acto realizado el 29 de mayo de 2012, la presidenta Cristina Fernández señaló que el señor que la acompañaba en el estrado, el único sobreviviente de la Masacre de San Patricio, era inglés. La réplica de Roberto Killmeatte no se hizo esperar: “¡Irlandés!”).
Por Carlos Semorile.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)