viernes, 6 de julio de 2018

“¿Cuánto tiempo más llevará?”



(Foto: Carlos Brigo).

Cuando todo este desastre no hacía más que comenzar, fuimos a ver una obra donde actuaba una amiga de mi compañera. En aquel teatro del circuito independiente ubicado en Almagro, nos encontramos con su ex marido -el de su amiga-, un programador musical que había conducido un ciclo en FM La Tribu y que tiempo más tarde comenzaría a trabajar en una de las radios de mayor audiencia. Siempre fue muy conversador, así que no me extrañó que en el breve lapso de una espera de pasillo fuésemos pasando, como quien no quiere la cosa, de un tema a otro. Pero sí me sobresalté cuando dijo que lo había tratado a Hernán Lombardi, y aseguró que era “un tipo encantador con el que se puede hablar”. “¿Te parece?”, le dije, mientras pensaba que con Lombardi se podría hablar de cosas como coimas, despidos, vaciamientos, etcétera.

A fines de 2017, viajamos al Norte y, andando por la escalinata que lleva al Monumento de los Héroes de la Independencia, nos detuvimos a escuchar a un joven vendedor de artesanías, muy carismático y locuaz, quien afirmaba que se iba preparando para llegar a ser intendente de Humahuaca. Decía conocer todos los problemas del pueblo, y estar dispuesto a buscar y gestionar todas las soluciones. Sin embargo, en un repentino e inesperado cambio de rumbo, aseguró que aspiraba a venirse a trabajar a Buenos Aires con un señor muy amable, un político cuyo nombre no recordaba hasta que leyó la tarjeta que conservaba como una carta de triunfo. ¿Adivinaron? Sí, claro. A coro le dijimos, nosotros y otra pareja de viajeros mucho más jóvenes, que conservara sus nobles intenciones, pero que no esperara nada del tal Lombardi.

En días como los que corren me resulta casi imposible no recordar estas estampas de gente tan diversa que creyó, ¿o sigue creyendo aún? en las promesas de un personaje tan soez, despiadado y perverso como Lombardi. Me intriga saber qué piensan de él ahora, cuando su figura está más presente que nunca antes por ser el causante de un daño masivo. Una nueva calamidad que viene a sumarse a todas las anteriores, en una acumulación de atropellos cotidianos que hace muy ardua la tarea de asimilar cada nuevo ultraje hasta percibir que vamos hacia una encrucijada de saturación. Y la pregunta es si llegamos solos a ese límite donde no cabe ninguna violencia más, o si la debacle está despertando algunas conciencias perezosas, o directamente arrepentidas por haber confiado en esta banda de canallas. De la respuesta a este interrogante depende saber cuánto tiempo más llevará.

Por Carlos Semorile.

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