Hasta el 4
de septiembre puede verse en el Museo Nacional de Bellas Artes la muestra
“Identificaciones” de Ernesto Deira, quien a principios de los ´60 formó parte
de los pintores de vanguardia que apostaron por la “Nueva Figuración”. Se
proponían apartarse tanto de “la
abstracción como las formas tradicionales de representación (…) Tras exponer en
el Museo Nacional de Bellas Artes, el grupo se separó definitivamente en
Seis años
más tarde, Deira encara la realización de las siete obras que integran
“Identificaciones” y que reflejan un estado de situación tanto a nivel mundial
como local que de seguro conmovió su sensibilidad de hombre de izquierda y de
genuino hombre de derecho (pues también era abogado). Como dice la directora
artística del Museo, Mariana Marchesi, “Sin
dudas, el asesinato de Ernesto ‘Che’ Guevara en
Bolivia era el hilo conductor de este breviario de la violencia”.
Así es: en
el cuadro que preside la muestra, los genitales de la figura central están
tapados por la imagen de un “ranger”, el cuerpo de elite encargado de capturar
y matar a Guevara. Por detrás, como esfumado, aparece un cuerpo yacente que
remite al del propio Che expuesto en la lavandería del hospital de Valle
Grande. Y a un costado, en una caja, unas manos que -como sabemos- sus asesinos
le cortaron para tener la certeza de que se trataba del guerrillero
argentino-cubano.
Cuando
“Identificaciones” se presentó por primera vez en septiembre de 1971 en
Creemos que
a través de la crudeza de estas pinturas, donde el negro está muy presente en
cada una de la telas y donde las manos vuelven a aparecen separadas de los
cuerpos, Ernesto Deira hizo aún más: profetizó el tiempo que advenía a cubrir
de sombras las vidas de los más y a mutilar un tejido social que, transcurridos
los años, iba a buscar en esas manos y en esos cuerpos –desmembrados o no- los
signos que hicieran posible las identificaciones de las identidades.
En el caso
de Juan Pablo Maestre –que fue retratado por Deira junto a una versión del
Cristo de Mantegna-, esa identificación fue posible por un hecho fortuito:
desatada la cacería sobre los dirigentes de las FAR, pasó a la clandestinidad y
se refugió en lo de una compañera, lugar donde su hermano Eusebio advirtió que
usaba un calzoncillo color amarillo. Esta singularidad, publicada por la prensa
sensacionalista, hizo posible rescatarlo de una anónima tumba como N.N. en
Escobar.
Todo esto
nos lleva a las reflexiones que escribió Horacio González en “Fusilamientos”,
el último de sus libros póstumos: “Reconocer
la dificultad de la traducción entre pintura e historia, como ensayan los
grandes maestros de ambos rubros, sería hablar a partir de la incompatibilidad
de ambas situaciones, pues el hecho artístico se halla en el interior de una
historia que cree no precisarlos y la historia puede ser un arte cuando se la
narra de un modo y con estilo que también no se atrevería a desdeñar. Eso, si
lo que la engalana no perturba el reto efectivo de los hechos. Pero partimos de
una incompatibilidad, para no conceder erróneamente que un hecho atestiguado
por ojos humanos como vida social realmente acontecida, no pueda tener su
correlato pictórico inspirado en un irrefrenable realismo (…) Esta
incompatibilidad debe ser bien recibida, es evidente; es la que nos lleva a lo
infinito de cualquier reflexión sobre los huidizos puntos de contacto entre
pintura e historia”.
La reflexión
sobre la incompatibilidad entre historia y pintura nos toca de cerca: conocimos
la opinión de Juan Pablo sobre el efecto desmoralizante que las dictaduras de
los ´60 buscaban sembrar en la militancia mediante la publicación de las descarnadas
fotos de los torturados y asesinados, y ahora –más de 50 años después y cuando
hace rato que el Poder ya no exhibe su barbarie sino que la oculta- vemos que
su imagen vuelve a un presente que cree no precisarlo.
Como supone
poder desdeñar todas estas imágenes de “un
irrefrenable realismo” que no sólo dan cuenta de hechos atestiguados “como vida social realmente acontecida”,
sino que siguen siendo proféticas en la medida en que el mundo sigue tan
desigual como convulsionado (González diría: “¿Y qué época no lo es?”). Por
ello pensamos que “Identificaciones” debe verse desde un humanismo compungido
pero alerta, y que debe continuar en circulación.
Porque, además,
la acompaña la historia de haber sido una muestra que permaneció ella misma
desaparecida tras haber viajado al Chile de
Por Carlos Semorile.
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