domingo, 27 de marzo de 2022

El criollo incesante




Recién anoche, después de casi dos años de su partida hacia el misterio, pudimos juntarnos a homenajear a Horacio Fontova. El marco fue el mejor de todos los posibles, el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner, y la emotiva belleza del cuidado homenaje supo –merced a la ternura y la inteligencia de su compañera Gabriela Martínez Campos- eludir cualquier cliché y rescatar al Negro como músico, como escritor, como dueño de una mirada propia y, en suma, como pensador.

 

No lo hizo sola, desde luego, y gran cantidad de músicas y músicos, de actrices, actores y poetas dieron testimonio del inmenso cariño que Fontova cosechó entre sus pares. Pero fue Gabriela quien condujo toda esa energía, que con facilidad se podría haber desbordado hacia un recordatorio tan empalagoso como insustancial, y lo contuvo dentro de la idea de ir al hueso del legado del Negro: qué pensó, qué dijo, qué escribió y pensando en quiénes, y con cuánta hermosura lo plasmó.

 

Esto se vio reflejado en la cuidada selección de imágenes que realizó su sobrino, Gonzalo Martínez Campos, en las que se impuso la sobriedad y donde la palabra de Fontova fue la protagonista. En el mismo sentido, la dirección musical de Popi Spatocco, a través de musicalizaciones que el Negro hubiese adorado, consiguió que cada voz se luciera en su propio registro y que las letras de Fontova alcanzaran la dignidad literaria que tienen por derecho propio. En ellas están su revisionismo histórico, su condena a la banda de miserables que malversan lo que es de todos, su rescate de los originarios, su exquisito olfato para la vida popular, su intensa piedad por todas las criaturas.

 

Que todo ello lo haya dicho en canciones que son un muestrario de ritmos latinoamericanos pero sobre todo bien argentinos, es un reflejo de lo claro que tenía el Negro el tema de la identidad. Sabía de donde venía y por la índole musical de su familia estaba abierto a todos los legados, pero quien repase lo que se cantó anoche en el Kirchner, y quiénes lo cantaron, no podrá dejar de advertir que representaban al folklore, al tango y al rock argento. Es la música de un criollo incesante.

   

Un mestizo reo que manejaba como pocos los recovecos de la lunfardía porteña, sin dejar de bucear en todos los demás lenguajes que pudieran servirle para expresar la profundidad de su espíritu renacentista -dibujante, pintor, escritor, actor-. Y también un laburante comprometido en cada uno de estos oficios: me resisto a creer que, amén de sus muchos talentos, todo le saliera de taquito. Él también fue un alquimista que, con calle y estaño, separó lo sutil de lo grosero.

 

El Negro soberano y soberanista al que le dolían todas las injusticias, y por eso mismo se brindaba como bandera para las mejores causas. El compañero de los gestos amorosos, para quien cada acto debía reflejar el amor proclamado. Un tipo hermoso que nos deja un mandato fruto de su meditada sapiencia: para joder a estos tipos, debemos ser felices.

 

Por Carlos Semorile. 

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