lunes, 21 de marzo de 2022

Sin asumir el conflicto, no hay hegemonía posible


 Estamos en las vísperas de un nuevo 24 de marzo, y ello nos recuerda –como plantea Eduardo Rinesi en su ensayo Política y tragedia- “que ninguna historia “oficial” cierra jamás, que no hay relatos justificatorios de los poderes políticos del presente que no se levanten sobre la clausura, el olvido o la distorsión de los hechos del pasado. Y que, exactamente por eso, la historia no cesa de reabrirse todo el tiempo”.     

 

Esta reapertura del cierre oficial de la historia es, desde luego, parte de la persistencia de la memoria del sentido de las luchas de los derrotados pero también, si no entendemos y seguimos mal a Rinesi en ese y otros textos suyos, porque la tragedia de la política –de cualquier política, de toda política- es que el conflicto es inerradicable del mundo de los hombres y, por ende, todo orden es inestable y frágil. El fin de una etapa o la sanción de una ley, nunca es un “cierre” para todos.

 

Y no se trata, como se repite con liviandad, de que habría dos egos en disputa al interior de la fuerza que hoy gobierna y mañana podría no hacerlo. Más bien se trata de dos maneras distintas de entender la política: una –la del presidente- la entiende en un sentido débil, apenas como una acción moderada que busca eludir el conflicto; la otra –la de la vicepresidenta- la comprende como una praxis transformadora que, al ir al hueso del conflicto, trastoca y recrea las relaciones de poder.

 

Si cada encrucijada de la historia -como dice Rinesi en Las máscaras de Jano- “es un nudo lleno de tensiones, de conflictos y de exigencias morales frente a esas tensiones y a esos conflictos, (…) eso no es algo necesariamente malo, porque es lo que nos permite pensar cada momento de la historia como un momento de inauguración y de posibilidad”. Y esto hoy no ocurre porque la postura del presidente busca, a toda costa, conjurar la aparición de la tensión y del conflicto.

 

Pero, lejos de conseguir su objetivo, el presidente lo genera al interior de la fuerza que lo llevó al puesto que hoy ocupa para que enfrentase –y enfrentáramos- a los detentadores del Poder. Tienen razón quienes, de un lado u otro de este debate, piensan que así se angostan nuestras chances de volver a ser gobierno en 2023. Nadie va a aceptar nuestra dominación -“que en griego se dice hegemonía”- si no hay un/a líder que asuma la tragedia de lidiar con los conflictos y dispute con el Poder.

 

Por Carlos Semorile.

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