domingo, 16 de agosto de 2020

Los “vacunados”

Es un fenómeno que merecería un abordaje interdisciplinario, un análisis que contemple todas las variables que entran en juego, aún aquellas que no compartimos ni avalamos, pero que pueden ser parte de la insensatez y la desaprensión con que muchas personas, aquí y en el mundo entero, están negando la gravedad de los hechos, las alarmas de pronósticos bien encaminados, y lo criterioso que resulta aguantar un poco más porque, al fin, parece haber una salida para todas y todos. 

Pero no. Hay una sorprendente cantidad de gente que cada día se manifiesta en contra de las políticas gubernamentales que privilegian la salud pública por sobre las predilecciones privadas de los individuos. En verdad, debería decir de “los individuos aislados”, pero sucede algo paradojal: quienes están convencidos de ver vulnerada su libertad privativa y singular, se agrupan, como hoy en Madrid convocados por Miguel Bosé –entre otros-, y gritan al unísono “Queremos ver el virus”.

Esa “única” libertad lesionada es la de “circular” y, como en el caso del dinero estudiado por Marx, goza o está investida de un fetichismo que arrasa con cualquier razonamiento, pues genera una imaginería ilusoria que ya fue usada con todo éxito durante el pasado siglo, cuando los mal llamados medios de comunicación formatearon las creencias de millones de seres que no podían pagarse un boleto de tren, y les hicieron creer que el comunismo les impediría moverse y viajar.

La mentira, para ser eficaz, necesita contener al menos una parte de verdad, y convengamos que es cierto que hoy, en aras de la salud del conjunto de la población, gobiernos de muy distinto color y pelaje les piden a sus ciudadanos que dentro de lo posible, se queden en sus casas. Pero resulta que si bien la medida los reguarda del virus que anda circulando, los expone todavía más –lo que ya es mucho decir- a todo lo que sale de las pantallas con el investimento de una verdad.

Así las cosas, no es extraño que algunas personas decidan ingerir dióxido de cloro y fallezcan: lo que resulta llamativo es que no sean muchas más. Tampoco debería parecernos insólito que muchas otras se congreguen alrededor del Obelisco porteño para sostener posiciones tan divergentes como que el virus no existe, o que su existencia obedece a un plan gubernamental de control de la ciudadanía, y todo acompañado por carteles que advierten sobre la inminente caída en… ¡el comunismo!

Y no tendría que resultarnos extravagante o ilógico, porque lo que aquí opera es otra lógica, una contra la cual los gobiernos se encuentran tan indefensos como los pacientes alcanzados por el virus: la de los monopolios de la comunicación que, al menos en nuestro país, son también los dueños de casi todas las demás cosas. Por eso, cada día y sobre todo cada fin de semana, millares de compatriotas se apelotonan -sin necesidad de una convocatoria formal- en calles, plazas y parques, como si ya estuviesen vacunados. Y es verdad: lo están.

Por Carlos Semorile.


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