miércoles, 26 de agosto de 2020

Agenda oculta


 Tal es el título de una muy buena película del inglés Ken Loach sobre cómo la Corona Británica, a través de sus muy efectivos servicios de inteligencia, maneja un memorándum reservado –que toca todas las cuerdas de la supremacía colonial, desde las más sutiles a las más aberrantes- para impedir la reunificación de Irlanda. Tratando de descifrar la imagen que acompaña esta nota, percibí la jeta de “servicio” del retratado y, como una cosa lleva a la otra, recordé “Agenda oculta”.

 Todo en esta foto invita al desconcierto, empezando por el uso de tapabocas en quien denuncia una “Falsa pandemia”. El contexto tampoco ayuda porque los ya habituales desbordes de multitudes, provocan una sensación de irrealidad aún mayor que la del comienzo del aislamiento, dado que ambas cosas no pueden ser ciertas al mismo tiempo: la pandemia y la antigua "normalidad". A propósito: ¿por qué los medios dejaron de publicar las fotos de dichas aglomeraciones?

 Prosiguiendo “en modo Chomsky”, es imposible no advertir que sólo a un “service” se le puede ocurrir sostener que la “falsa pandemia” está edificada en base a la “Desaparición forzada de ‘personas’”, poniendo entre comillas la palabra “personas”, como si en su enunciado se escuchara el eco de Videla hablando de quienes eran “una incógnita sin entidad”. Del biologicismo genocida y los infectados por el virus marxista, pasamos al higienismo de Alberto y sus “Médicos cómplices”.

 Es todo un despropósito, y es tan absurdo que no merecería que nos ocupemos del asunto…, a no ser, claro, que pensemos que los dueños de todo manejan una agenda oculta. Y que también aquí ellos tocan todas las cuerdas de la supremacía, desde las más imperceptibles a las más groseras. Una conductora puede ingerir dióxido de cloro ante las cámaras, o un ex presidente puede llamar a un golpe de estado, mientras la corpo mediática silencia en pianissimo la tragedia cotidiana.

 Podría decirse que a una agenda se la combate con otra, pero también es cierto que hacen falta fierros mediáticos para poder dar esa batalla que implica, además, conocer las reglas del juego. Permítaseme un ejemplo: Walsh solía perder con Lilia Ferreyra cada vez que jugaban al scrabble, hasta que descubrió que el valor de las palabras dependía de su frecuencia en lengua inglesa, y entonces les calculó un valor en el idioma de los argentinos y “los resultados fueron más parejos”.      

 Todo esto viene a cuento de una nueva quijoteada que Víctor Hugo Morales comenzó anoche con su programa “Batalla Cultural”, en defensa de un gobierno que no acierta a reaccionar ante la paliza mediática a que viene siendo sometido. Un solo envío no alcanza para caracterizar a un proyecto, pero el de ayer tuvo notorias similitudes con el vituperado “6-7-8”, ese que no estaba en la agenda presidencial. Son gustos. Pero hay que despintar las fichas marcadas con valores ajenos, hablar un idioma propio y desbaratar los planes de la “agenda oculta”.

 Por Carlos Semorile.

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