martes, 18 de agosto de 2020

Lo que no se transa

 Mirando esta pancarta, pensé en mi padre bioquímico. Le costó bastante recibirse, pues implicaba trasladarse a diario desde Baradero a Rosario, pero al final salió con dos títulos: bioquímico, y también farmacéutico. Su madre hubiese preferido que se encaminase dentro de la Iglesia, pero siendo monaguillo tuvo una mala experiencia con los privilegios que se daban en la casa de Dios –y que replicaban los de aquél pueblo bonaerense-, y rumbeó para el lado del igualitarismo.

 Cuando pudo alquilar su propia farmacia le puso el nombre de Jonas Salk, y a la siguiente la bautizó Rádium, en homenaje a sus descubridores, los esposos Pierre y Marie Curie. Sus convicciones científicas eran muy firmes, lo mismo que su cerril anticlericalismo, aunque mantenía un diálogo lleno de chanzas y chicanas cruzadas con su sobrina monja. La futura madre superiora era una buena polemista, y mi viejo creía que un buen debate podía iluminar zonas oscuras. 

 También solía ponerse pesado, por ejemplo, con ciertos rituales higienistas como lavarse las manos, desde las uñas hasta los codos, cuando entrábamos a casa. Y así como él nunca vio a Dios pastoreando por las inmensurables pampas del Universo, tampoco vi jamás que en el aire fluctuasen microbios y bacterias, lo cual no me impedía lavarme los dientes, bañarme y poner a lavar la ropa usada. La invidencia del primero, lleva hacia lo inefable; la negación de los últimos, al hospital. 

 Teníamos otra divergencia respecto de la génesis de las enfermedades, que para él debían ser observables bajo condiciones de laboratorio, y para mí –además- podían obedecer a los diversos procesos anímicos que estudia el psicoanálisis. Y aún tuvimos una más. Él tenía un amigo, un cuadro del PC, con quien discutían sobre la Guerra Fría: mi padre creía que, si sentaban a conversar, rusos y yanquis llegarían a un acuerdo; su amigo y yo pensábamos que o ganaba uno, o el otro.

 Como decía, ver la pancarta ha reactualizado en mí ciertos procesos anímicos que me llevan, por ejemplo, a pensar que “la experimentación” macrista dejó al país en estado de laboratorio para ensayos de índole fascista y oscurantista, promoviendo todos los cruces posibles entre sectas que pueden tener orígenes muy diversos (desde el evangelismo al manijeo de “dirigentes” que chapotean entre la senilidad y la demencia), pero que siguen un mismo patrón: no hay Dios que los haga reflexionar.

 Ni comité de notables, ni evidencia científica, ni el más tosco sentido común. Esta pancarta es un síntoma: quienes mueven los hilos pretenden que esta sociedad sea un manicomio a cielo abierto. La viralización de la irracionalidad angosta las opciones, y deja de ser inocuo escuchar “todas las opiniones”. La verdad está acechada por la mentira, y eso nos obliga a levantar las defensas. Son ellos, o nosotros.

 Por Carlos Semorile.

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