domingo, 31 de diciembre de 2023

El flagelo del autodesprecio

 

En las sociedades coloniales, se produce un fenómeno que está fomentado desde las metrópolis que las dominan y que baja a través de todo el aparato de divulgación pedagógico/político por el cual el nativo “aprende o aprende” a despreciarse a sí mismo. Nada muy diferente sucede en las semicolonias, cuyo status de naciones independientes –con su propios himnos, escudos y banderas- enmascaran la dependencia real de sus economías, y donde sus ciudadanos también se postran ante los idealizados “países serios”.   

 

La autodenigración resultante adquiere proporciones de espanto y entonces no es raro escuchar que “éste es un país de mierda” o que por definición todo lo ajeno es mejor que lo propio, empezando por “la gente”.

 

Así las cosas, la vida conversacional rumbea, un día sí y otro también, hacia situaciones de un micro sado-masoquismo que consiste en pasarse el látigo del necesario flagelo, cual si fuera el testigo de una carrera de relevos.  

 

Sin dar nombres ni hacer citas para no complejizar el texto, digamos que un pensador argentino dijo que se trataba de una cultura de la mortificación que, al desplazar la ternura, hacía posible las mayores crueldades.

 

La mortificación empieza por un lenguaje que pone en cuestión todo lo nacional por el sólo hecho de serlo, y llega a niveles demenciales de ultraje como los que sufrieron “los muchachos” antes de salir campeones.

 

¿Se acuerda, no? Si lo recuerda, es probable que conserve en su memoria que los festejos por la obtención de la 3ª copa estuvieron dedicados a la casta periodística que nos quiso convencer que la Scaloneta era una m…

 

Para terminar, y ahora que tal vez hablamos un idioma común no contaminado por el suplicio del autodesprecio, piense que todos esos compatriotas que en estos días –y en los que vendrán- salen a las calles, lo hacen porque nuestro país supo cobijarlos como hijos de una nación soberana en sus decisiones, y cuyos ciudadanos no necesitaban despreciarse. Conocen sus derechos y levantan la bandera del autorespeto.

 

Por Carlos Semorile.


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