Sobre el cierre de su extraordinario documental “Nostalgia de la luz”, su director Patricio Guzmán dice: “Quienes tienen memoria son capaces de vivir en el frágil tiempo presente. Los que no la tienen, no viven en ninguna parte”.
A partir de esta frase que es casi una sentencia, podemos preguntarnos cómo
transitarán el presente y el -una vez más- incierto porvenir aquellos que
desoyeron todas las advertencias y que con su voto contribuyeron a fragilizar muchísimo
más el territorio que todos habitamos. Nadie sostiene que estábamos en el mejor
de los mundos; antes bien, los que votamos por el candidato de UxP lo hicimos dolidos
por las graves falencias del gobierno saliente, pero sabiendo que era necesario
garantizar los derechos básicos.
No sólo creímos que ese piso mínimo debía mantenerse -y ampliarse mucho
más con una rebeldía política que siempre le reclamamos a “Nuestro Frondizi”-,
sino que por todos los medios a nuestro alcance buscamos ser escuchados por
aquellos compatriotas que estaban a punto de sacrificar lo poco que tienen en
pos de una quimera que sólo 48 hs después de la jura ya demostró ser una farsa:
no vas a ganar en dólares, sino que todo te va a costar mucho más y tu dinero
engrosará los bolsillos de los dueños del país.
A ninguno de aquellos que iban a votar al candidato opositor se le pedía
una proeza teórica que estuviese fuera de alcance de cualquier mortal no entendido
en los vericuetos de la ciencia económica: a los mayores, se les pidió recordar
la semejanza que el plan “dolartario” tenía con la etapa menemista y su secuela
que nos llevó a las jornadas de 2001, y a los más jóvenes tampoco se les exigió
que conocieran al dedillo los meandros de la historia argentina: bastaba
recordar a Macri y sacar las obvias conclusiones.
Aún así, en el mal llamado voto “libertario” se mixturaron todas las
edades, todas las profesiones, todos los oficios y, como argamasa y levadura,
todos los rencores que conviven en cualquier sociedad de consumo.
Llegados a este punto, una posibilidad a considerar es la que Víctor
Hugo Morales planteó en “Mentime que me gusta”: “No es poca la pena del hombre en su cotidianeidad. El odio es una
descarga. Hay alguien que le hace añicos la vida, no es la vida misma la que le
da contra. Tiene un culpable que explica el fracaso. Así como la música va
sembrando una vida dentro del cuerpo, quienes arrojan mentiras sobre el corazón
del incauto, le pudren el alma. Le envenenan la sangre, como el humo del
tabaco. ¿Cuánto se tarda en hacer la diálisis que permite a la sangre nueva
correr por las venas?”.
La otra es la que Silvia Bleichmar postuló en “No me hubiera gustado
morir en los 90”, cuando tomaba la fábula de Caperucita Roja como ejemplo de
quien niega todas las evidencias hasta que “ya
es tarde, ya está en las fauces y en la barriga del lobo, hasta que alguien
venga a liberarla, porque no sólo ha quedado atrapada sino que ha cedido las
pocas fuerzas que tenía para evitar su captura o destruir a su captor”. Tras
los anuncios de ayer, no es exagerado decir que éste cuadro habla de los
rehenes de sus “olvidos”.
Por ello, Bleichmar decía que “La
ingenuidad no es una virtud, y si se la presenta como tal es porque en ella se
sostiene el beneficio de quienes se aprovechan del que la padece, ya que se
caracteriza por un ejercicio de la creencia sin empleo de juicio crítico para
separar lo verdadero de lo falso (...) La ingenuidad, francamente, me produce
rechazo. De ingenuos está llena la complicidad de “los inocentes” con el
Terrorismo de Estado, con los ladrones de bienes públicos, con los golpeadores
familiares, con la injusticia en general (...) La ingenuidad política es,
también, des-responsabilidad”.
Al margen de otras lecturas, todo análisis debe pivotar entre las
mentiras que los medios arrojan “sobre el
corazón del incauto”, y también sobre la pretendida ingenuidad de quienes anularon
su “juicio crítico para separar lo
verdadero de lo falso”. Si los incautos no pelean por recuperar la memoria,
seguirán sin vivir en ninguna parte y los aplastará el fragilizado presente.
Por Carlos Semorile.
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