Ayer Sturzenegger se burló de esa parte del pueblo que salió a las
calles a repudiar el DNU que deroga muchísimos derechos porque, según él, nadie
pudo haber leído tan rápido ese texto y tener motivos para rechazarlo.
Más allá de la mojada de oreja, lo cierto es que el tema de los derechos
y de cómo se los entiende -o no se los comprende como tales- merece un abordaje
como el que Rinesi hizo en “Democracia, las ideas de una época”:
“¿Qué dice, entonces, el o la que dice “Yo tengo
derecho a…”? (…) la primera, es que de hecho no tiene ese derecho que afirma
tener. Esto es fundamental, porque es el motivo por el que, como veremos, la
derecha, que tiene sobre el mundo un tipo de mirada que vamos a llamar
constatativa, simplemente no puede ver que haya un derecho allí donde, de
hecho, no lo hay, no puede entender qué quiere decir una frase tan disparatada
como la que pronuncia alguien que dice tener un derecho que, de hecho, no tiene
(…) La otra cosa que dice la frase “Yo tengo derecho a…”, inmediatamente después
de la que ya dijimos, que es que, de hecho, yo no tengo derecho a…, es que eso,
que yo no tenga ese derecho, está mal. Que no puede ser. Que es un escándalo.
Que “no hay derecho” (…) a que yo no tenga ese derecho. La idea de derecho es
inseparable de esta sensación de escándalo frente al desajuste de las cosas en
el mundo, y es justo la incapacidad para experimentar esa sensación, para
imaginar que el mundo puede ser distinto de lo que de hecho es, lo que le hace
imposible a la derecha entender siquiera de qué se habla cuando se habla de
derechos. Por eso no hablan sobre eso. Por eso no dicen, no escriben, ni por
casualidad, esa palabra, “derechos”, que no les hace el más mínimo sentido.
Dicen y escriben “beneficio”, dicen y escriben “ayuda”: no es que tengan
problema con los unos ni con las otras. Ni siquiera con que sean, si las
circunstancias lo reclaman, grandes. Siempre que sean ayudas, beneficios.
Porque de las ayudas y de los beneficios somos objetos. De los derechos no: de
los derechos somos sujetos, y con esa idea la derecha no quiere saber nada”.
En principio, entonces, estamos yendo un poco hacia atrás, hacia el
momento en que ese derecho que tengo aún no ha sido reconocido, pero donde ya
existe la disputa entre reclamarlo como tal o negarlo de plano.
Como el trabajo de Rinesi se ocupa de hacer un recorrido por estos 40
años de democracia, va historizando sus etapas y, al llegar a la década kirchnerista,
continúa y profundiza este asunto crucial de los derechos:
“El relato de los derechos, en efecto, es eso: un
relato, y es un relato difícil, es un relato exigente, es un relato
contrafáctico que exige mucho de aquel a quien se dirige (…) ¿Y el relato de la
soberanía frente a unos fondos a los que el kirchnerismo llamó “buitres” y que
nadie vio jamás, y el relato de la soberanía energética y comunicacional y
satelital, que nadie sabía que eran formas de la soberanía hasta que el
kirchnerismo construyó con ellas un discurso y una épica? Querríamos
explicarnos: querríamos que se entendiera que lo que tratamos de decir es que
esos relatos son grandes y muy importantes relatos, que ya forman parte de la
mejor tradición política argentina, querríamos decir que esos discursos son
grandes discursos y que esa épica es enteramente compartible y digna de ser
acompañada. Pero querríamos decir también que todo eso, que todos esos
discursos, que todas esas palabras, importantes, justas, compartibles y dignas
de ser acompañadas, eran también muy difíciles. Muy exigentes. Para nada
obvias. Y que frente a esas palabras difíciles, exigentes y para nada obvias se
levantó en una confrontación en la que tenía todo para salir airoso un discurso
mucho más fácil, que era y sigue siendo un discurso que no nos pide que creamos
que las cosas son “de derecho” algo distinto a lo que son “de hecho”, que no
nos propone que la verdad de lo que decimos esté adelante o detrás de lo que
decimos, que no nos invita a desarmar el sentido común con el cual y desde el
cual pensamos el mundo, porque se instala en el corazón de ese sentido común y
describe el mundo del modo más sencillo y más banal, que por lo mismo no nos exige
oír ni entender ni usar palabras difíciles, porque habla como habla (y se jacta
de hablar como habla) “el hombre común”, “el hombre de la calle”: “vos”. Y dice
cosas como “va a estar bueno”, y dice que tal o cual cosa es “mortal”, y dice
cosas cortas, frases cortas, como las que se dicen en la televisión (…) El
discurso de lo que algunos han llamado la “nueva derecha” argentina es un
discurso de frases cortas y de pocas exigencias, y algo de eso está sin duda en
la base de su éxito. Es un discurso fácil pero es sobre todo un discurso
descriptivo, descriptivo de lo que ocurre, descriptivo del presente. De cómo
son las cosas, no de cómo deberían ser, porque las cosas, para la derecha, no
deberían ser de otro modo que el modo en el que son, en el que hoy son, y por
lo tanto en el que necesariamente son”.
Precisamente aquí es donde Sturzenegger busca que su chicotazo prenda:
en el sentido común de quienes asumieron ese discurso fácil y descriptivo. Pero
si algo demuestran las masivas movilizaciones de anoche y antenoche, es que una
gran parte del pueblo fue interpelada por el exigente relato de las conquistas. Y
sabe que no hay derecho a que los canallas se los roben.
Por Carlos Semorile.
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