domingo, 10 de diciembre de 2023

El cristiano más triste


 

En 2020, ante la Asamblea Legislativa, dijo Alberto Fernández: “En la Argentina de hoy, la Palabra se ha devaluado peligrosamente. Parte de nuestra política se ha valido de ella para ocultar la verdad, o tergiversarla. Muchos creyeron que el discurso es una herramienta idónea para instalar en el imaginario público una realidad que no existe. Nunca midieron el daño que con la mentira le causaban al sistema democrático. Yo me resisto a seguir transitando esa lógica. Necesito que la Palabra recupere el valor que alguna vez tuvo entre nosotros. Al fin y al cabo, en una democracia el valor de la Palabra adquiere una relevancia singular. Los ciudadanos votan atendiendo a las conductas y los dichos de sus dirigentes. Toda simulación, en los actos o en los dichos, representa una estafa al conjunto social y, honestamente, me repugna”.

 

Después de haberlo escuchado en muchas oportunidades, primero como panelista altanero y crítico, luego como candidato y al fin como presidente, creo que es lo más sustantivo que alguna vez expresó.

 

Si rescato –una vez más- este fragmento de aquel discurso suyo, es porque considero que es posible medir a un hombre no según un patrón ajeno, sino por sus propias palabras: éstas de aquí lo condenan.

 

Desde luego, lo condenan muchas más cosas que a lo largo de estos cuatro años no hizo ni dejó hacer, y es por ello que su continua simulación representa una estafa -que nos repugna- al conjunto social.

 

Nos repugnan también las decisiones que tomó en contra de los intereses de las mayorías, haciendo un manifiesto caso omiso de todas las advertencias que se le hicieron desde el llano hasta la alta política.

 

Se despide del cargo que ocupó, según dijo en declaraciones recientes, convencido de haber enfrentado a la única líder popular que lo reconvino de mil modos para que rectificara el rumbo. Nos insulta.

 

Puede que en algún misterioso recoveco de sus soliloquios argumentativos crea estar entrando en la Historia, pero lo cierto es que convendrá recordarlo como a uno de esos resentidos que hacen legión entre los traidores a la causa nacional y popular. Es lo más parecido que hubo a un segundo Frondizi que, como el original, no dudó en jugar para el enemigo en vez de honrar los compromisos asumidos.

 

Lo despedimos con unos versos de las “Sentencias del Tata Viejo”, de Buenaventura Luna, que nos parece que le calzan como un guante:

 

“La fatiga y el cansancio

del que cumplió su jornada,

dejando tierra labrada,

es lo más feliz que existe,

y no hay cristiano más triste

que el cansau de no hacer nada”.

 

Por Carlos Semorile.

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