En 1957, García Márquez emprendió un viaje por los “países del Este” –como quien dice por los suburbios del “mundo bien”-, y lo primero que hubo de constatar es que “La cortina de hierro no es una cortina ni es de hierro. Es una barrera de palo pintada de rojo y blanco como los anuncios de las peluquerías”. Como ya tenía varios años de periodismo sobre el lomo, también hizo un diagnóstico sobre la mala praxis del oficio: “Pero doce años de propaganda tenaz tienen más fuerza de convicción que todo el sistema filosófico. Veinticuatro horas diarias de literatura periodística terminan por derrotar el sentido común hasta el extremo de que uno tome las metáforas al pie de la letra”.
A raíz de nuestra experiencia con las corporaciones de medios de
comunicación, podríamos agregar que justamente ése es el cometido de tales
“metáforas”: que el pueblo las tome por la realidad misma. Los creadores y
propagandistas de la mentada cortina de acero como símbolo de inhumanidad
extrema y de una brutalidad que debía soliviantar a los millones que vivían en
“el mundo libre”, era los mismos que habían tirado dos bombas atómicas en
Nagasaki e Hiroshima.
Que hayan logrado amansar el estupor ante semejantes crímenes aberrantes
y que hayan conseguido direccionar la rabia frente a un telón inexistente,
habla de cómo la mal llamada “irritación de la gente” es otro producto de un
aparato de propaganda que trabaja sin descanso por generar una indignación
selectiva que, una vez instalada, vuelve muy difícil que el sentido común
recupere los saberes de “todo el sistema
filosófico” amansado laboriosamente a través de milenios.
Hace unos años tuvimos un preludio de lo que ahora se prometió respecto
de la dolarización durante la campaña presidencial, y fue cuando se consumó el picoteo cerebral en contra del supuesto “cepo”. Y aquí repetimos lo que ya escribimos en
agosto de 2018: “Por entonces, “la gente”
–otra “palabrita” discutible- comenzó a creer que el famoso “cepo” le impedía
progresar en verdes, cuando en verdad podía vivir y proyectar en pesos (...) el
famoso “cepo” (palabra con reminiscencias “mazorqueras”, pero también
“martinfierristas”, aunque éstas últimas se las ocultaron) fue un invento para
que usted no advirtiera que, en realidad, se trataba de una política destinada
a evitar que esta runfla de especuladores lograse fugar divisas y que, en
cambio, las mismas estuviesen al servicio de todo lo que hoy peligra, como
salud, educación, consumo y empleo. También sirvió para que usted se sintiese
solo y resentido, abrumado por la artificial sensación de hallarse metido en el
cepo de “los mazorqueros de La Cámpora”, mientras iba siendo empujado a
embretarse solito en una “leva forzosa” de lectores de Clarín, oyentes de Radio
Mitre, y televidentes de TN y Canal 13 que, movidos por el odio, metieron sus
propias cabezas –pero, ay!, también las ajenas- en este cepo real –no
imaginario- donde sus pesos y sus ahorros no valen nada”.
Volviendo al punto, que son los medios y el modo en que enturbian los
que debiera ser prístino, Norberto Galasso contaba que en 1956 fue invitado a
sumarse a una mesa del café de su barrio donde se discutía de política. La voz
cantante la llevaba un furibundo anti peronista, hasta que un miembro de la
resistencia lo cortó diciendo: “Che, pero
usted miente como un diario”. “Fue la
primera vez en mi vida que yo tomé conciencia de lo que era la libertad de
prensa”, remató Galasso.
De esta anécdota nos interesa rescatar dos cosas: que la palabra
“libertad” continúa secuestrada por los dueños de todas las cosas, pero que en
1956 todavía era posible desarmar el argumento de un “manijeado” diciéndole que
mentía como un diario. Cincuenta años más tarde, Fidel Castro le pintaba a
Ignacio Ramonet un panorama mucho más sombrío: “Cuando surgieron, los medios masivos se apoderaron de las mentes y
gobernaban no sólo a base de mentiras, sino de reflejos condicionados. No es lo
mismo una mentira que un reflejo condicionado. La mentira afecta al
conocimiento; el reflejo condicionado afecta la capacidad de pensar. Y no es lo
mismo estar desinformado que haber perdido la capacidad de pensar”. Por lo
cual, agregaba Fidel, tenían a todos los pobres y explotados repitiendo “El comunismo es malo”.
En estas latitudes, la propaganda nunca dejó de batir el parche contra
el socialismo en cualquiera de sus variantes, pero el reflejo condicionado está
enfocado sobre el peronismo. Lo cual está muy bien retratado en “El negro
corazón del crimen”, la novela que Marcelo Figueras sitúa en plena revolución
“libertadora”. Mientras el establishment volvía a entregar el país al capital
extranjero, algunos sectores sociales se enardecían si les vendían un caso de
inmoralidad, aunque fuese inventada: “la
idea había sido condicionarlos, de modo que (…) cada vez que escuchasen
“peronista”, pensasen “delincuente”.”
Nunca hubo 70 años de peronismo, pero en cambio hubo muchos más años de
delincuencia periodística al servicio de un proyecto de país para muy pocos que
se sostiene sobre la “sociedad homogénea por arriba” y “astillada por abajo”
que dejó como secuela la Dictadura Genocida. Con el agravante de que los
astillados consumen 24 “horas diarias de
literatura periodística” y muchos van quedando pegados al reflejo
condicionado y van perdiendo la capacidad de pensar con otros. Acaso haya que
empezar todo desde cero, escuchando los motivos del enojo, pero explicando por
qué no se cruza con el semáforo en rojo.
Por Carlos Semorile.
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