jueves, 16 de noviembre de 2023

Memorias Grávidas


    Ayer a la tarde estuvimos en el Centro Cultural de la Cooperación para asistir a la presentación de una nueva edición de “Subasta de Almas – Armenia Arrasada”, el libro que recoge el testimonio de Aurora Mardiganián, joven armenia que sobrevivió al genocidio turco que se extendió desde 1915 a 1923 y que, habiendo perdido a toda su familia, tuvo la lucidez de narrar todos los padecimientos y atrocidades de los que fue víctima y testigo, hasta que en 1917 pudo refugiarse en EE.UU.

 

Como dice la propia Aurora, su relato se inicia en su ciudad natal de Chemesh-Guedzak en abril de 1915 cuando ella apenas contaba con 14 años y, siendo hija de un banquero, la entusiasmaba la promesa de su padre de que continuaría sus estudios en un colegio europeo. En vez de ello, las Pascuas de 1915 significaron la puesta en marcha del proyecto genocida que los Jóvenes Turcos habían acordado en un congreso desarrollado en secreto en la ciudad griega de Salónica en 1910.

 

Si en “Operación Masacre” Rodolfo Walsh tuvo que salir tras el rastro de ese “fusilado que vive”, en el caso de “Subasta de almas” otro periodista, el norteamericano Henry Leyford Gates, tomó la traducción al inglés de la narración que Aurora hizo en armenio y llevó adelante un proceso de trasposición para que la literalidad del original diera paso a un texto legible para el público de habla inglesa. Ese primer libro fue llevado al cine un año más tarde y la propia Aurora trabajó en el film.

 

Ese mismo año se publicó una versión en castellano y cuarenta años después, en 1959, el padre del paisano Eduardo Kozanlián recibió como obsequió aquel primer ejemplar que despertó el interés de su hijo por la vida de Aurora Mardiganián y por la película basada en su testimonio. Nacido en Rumania en 1947, y residente en la Argentina desde 1952, la persistente identidad armenia de Eduardo le permitió identificar y rescatar en 1994 unos fragmentos de la película perdida.

 

Hoy, además, es el editor a cuyo cuidado y dedicación debemos esta nueva edición de “Subasta de almas” que cuenta con una traducción de Vartán Matiossián, realizada directamente del original en inglés y que se ve enriquecida por las notas de carácter histórico, pero también sociológico y político, que corroboran lo que siempre se supo: que lo que Aurora contó a sus primeros interlocutores está sólidamente anclado en la realidad. Ahora, sólo resta leerla para albergarla en nuestras almas.   

 

Un primer acercamiento a la desgarrada potencia del texto de Mardiganián la tuvimos anoche a través de la lectura que hizo Cecilia Rossetto de algunos pasajes escogidos (imposible verla y no volver a pensar en que “nadie sabe lo que puede un cuerpo”). Allí quedó plasmado de modo indeleble lo que antes y después dijeron los panelistas de distintas maneras, pero con similar énfasis: ni aún el exterminio más implacable puede sofocar la dignidad hecha resistencia.

 

Porque tampoco el negacionismo más canalla está en condiciones de controlar lo que viaja en el ejercicio de la “memoria fértil” (como recordó Ulises Gorini que reclamaban las Madres de Plaza de Mayo), o en las memorias grávidas como la de Aurora que son capaces de situarnos en el corazón de un tiempo que siempre parece reclamarnos que no olvidemos porque corremos el riesgo de dejar insepultos a nuestros caídos en la constante lucha entre la cultura y la dizque “civilización”.  

 

Esa “civilización europea” que, como dijo Raúl Zaffaroni, siempre mira para otro lado cuando no se trata de sí misma, de su decadencia y su inagotable vacío. Ya lo había advertido Aimé Césaire en su “Discurso sobre el colonialismo”, cuando en 1950 sostuvo que el nazismo europeo sólo se espanta cuando sucede en Europa y se aplica sobre población blanca: “Al final del capitalismo, deseoso de perpetuarse, está Hitler. Al final del humanismo formal y de la renuncia formal, está Hitler (…) Europa es responsable frente a la comunidad humana de la más alta tasa de cadáveres de la historia”.

 

Podemos -y debemos- ampliar y decir Occidente en vez de Europa, y volver a afirmar junto con Patricio Guzmán que “Quienes tienen memoria son capaces de vivir en el frágil tiempo presente. Los que no la tienen, no viven en ninguna parte”. No queremos ni el humanismo formal ni la renuncia formal. Queremos ser capaces, como lo fue Aurora Mardiganián, de vivir en “el frágil tiempo presente” con coraje y lucidez.

 

Por Carlos Semorile.

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