Ayer contaba una compañera de las redes que estuvo dos horas tratando de razonar junto a un laburante que tiene asegurados todos sus derechos laborables, y el tipo estaba empacado en que el peronismo y los sindicatos son los responsables del precio del pan porque, en el fondo, son todos chorros. La compañera Claudia decía, a modo de reflexión y síntesis, que los medios hegemónicos han hecho un gran laburo sobre las conciencias como para lograr este nivel de desnorte.
Coincido en que este presente no se explica sin el permanente picoteo
sobre quienes son asediados en su subjetividad, y con el agregado de que los
destinatarios no logran percibir que sus “ideas” no les pertenecen. Como esto
ya fue dicho muchas veces de muy diversas maneras, seamos más enfáticos y
vayamos un pasito más allá: lo que han instalado los grandes medios es un
“sentido común” impermeable a la dialéctica, cerrado como a una ostra a
cualquier intercambio de opiniones, poco y nada dispuesto a parar la oreja ante
razonamientos que contradigan las zonceras que han aceptado como verdades
reveladas, y que son –como decía Buenaventura Luna- “puro ripio”.
Así están las cosas al inicio de un nuevo ciclo neoliberal, por eso no alcanzó
con declamar que la grieta estaba muerta y enterrada, ni que la unidad nacional
pasara por ofrecer cruciales gabinetes ministeriales a fuerzas tan opositoras
como dañinas, ni que se fuera a lograr mediante la suma de personajes impresentables.
Nunca fue tan angosta “la ancha avenida del medio” porque, merced al enemigo
que escancia odio en los oídos de millones, el humor social está tapiado e
indealectizable.
Este es el motivo, y no una crueldad gratuita, por el que muchas compañeras
y compañeros dicen que estos monotributistas de la sordera sólo comenzarán a
salir de su error cuando la realidad los golpee de manera brutal y, tal vez
entonces, dejen de repetir jerárquicos eslóganes digitales y puedan volver a
conversar en la horizontal dimensión humana. Mientras tanto, parafraseando a
Joyce, la historia será una pesadilla de la que estaremos intentando
despertarnos.
Por Carlos Semorile.
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