“Puán”
es una voz sobre cuyo origen existe una controversia, pero en tanto sede de la
Facultad de Filosofía y Letras de la UBA es un significante colmado de sentidos
que remiten tanto a su historia como a su presente ubicación en la calle del
mismo nombre. Pero ahora es también una extraordinaria película que habilita
diversas lecturas y que, además, parece destinada a perdurar como una de esas
gemas del cine nacional que tocan al unísono una fibra sensible y otra
intelectual.
Ese
entrevero entre la razón y el corazón está muy bien planteado tanto desde el
guión como desde la dirección (ambos a cargo de María Alché y Benjamín
Naishat), pero alcanza su mejor despliegue en la formidable y sobria interpretación
de Marcelo Subiotto en el rol del profesor Pena. El resto del elenco también se
luce encarnando personajes que forman parte de ese mundo académico y cotidiano,
atravesado por pérdidas, solidaridad, encumbramientos y rivalidades.
La
primera escena donde vemos a Pena a cargo de una clase, la misma es
interrumpida por una militante que advierte sobre la frágil situación de la
vida estudiantil. En esa toma está condensado el devenir de “Filo”, que en los
años 60 albergó a la naciente carrera de sociología y donde Horacio González
junto con un estudiante del CEFyL entraron al aula en la que Borges daba la
materia Inglés Medieval para “levantar
la clase porque han asesinado a Mussy, Méndez y Retamar”.
En
el recuerdo de González, “las señoras que
venían a escuchar sus clases, muchas con tapado de piel, daban vuelta sus
cabezas dejando el cuerpo inerte (…) Pero mostrando caras desencajadas. Esos
nombres, inmigratorios y criollos de los obreros asesinados, nada podía
decirles, ante la profanación de la palabra de Borges”. Creemos que en “Filo”
ya no se ven tapados de piel, pero Pena le da clases particulares a una ricachona.
¿Qué diría Horacio de los rebusques del profe precarizado?
Muchas
cosas han cambiado desde aquella sede de la calle Viamonte 430, a dos cuadras del
Bar Moderno donde, según otro profesor ficcional –el Echeverría de una de las novelas
gonzalianas-, seguían escuchándose voces que mencionaban al “Viejo”. Tampoco es
la época de Independencia 3065, que había sido un convento y luego “un reducto de revolucionarios”. Pero en
Puán sigue practicándose la retórica que “es
la gran ciencia de los siglos (…) que nos comunica con los antiguos”.
Uno
de los inmensos méritos de “Puán” es reflejar de qué modo aquí sigue viva la retórica, más allá de los
“papers” y de la importación de prestigios. Por eso la filosofía política del
profesor Pena va de los claustros a los barrios, y por ello la película termina
en el sitio donde lo hace, y concluye de esa particular manera. De un modo
memorable.
Por Carlos Semorile.
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