Tal es el título de una muy buena película del inglés Ken Loach sobre cómo
miércoles, 26 de agosto de 2020
Agenda oculta
Tal es el título de una muy buena película del inglés Ken Loach sobre cómo
sábado, 22 de agosto de 2020
La invención de la inmunidad
De vez en cuando, también se escuchaba el motor de algún auto que trataba de disimular su andar solitario y como en falta, tan visible y tan expuesto al escrutinio de cualquier vecino asomado a su balcón o ventana. Lo mismo sucedía con los escasos peatones que se dejaban ver como figuras de cine mudo, andando muy por debajo de los 24 fotogramas por segundo, apresurados por salir de un escenario tan solitario como incierto. Asimismo, era posible percibir el pausado y minucioso transitar de un helicóptero -¿era el que llevaba a Alberto?, por las dudas se lo saludaba- que parecía tomar nota de la situación.
viernes, 21 de agosto de 2020
La identidad astillada
Me viene a la mente, por ejemplo, el modo en que Rita Segato trabaja la idea de “dueñidad” y dice: “La dueñidad en Latinoamérica se manifiesta bajo la forma de una administración mafializada y gangsteril de los negocios, la política y la justicia, pero esto de ninguna manera debe considerarse desvinculado de un orden global y geopolítico sobreimpreso a nuestros asuntos internos. El crimen y la acumulación de capital por medios ilegales dejó de ser excepcional para transformarse en estructural y estructurante de la política y la economía”. O sea: esos que “se creen dueños” son apenas una gobernanza mafiosa y gangsteril.
Esto en el plano de la estructura. En el de la superestructura cultural, podrían recordarse algunas de las reflexiones de Edward Said sobre el modo en que los nativos de las colonias –y, por extensión, los de las semicolonias- son denigrados en el plano simbólico, a través de un juego de espejos donde nunca pueden hallar una imagen digna de sí mismos, y así se les inculca un fuerte sentimiento de autodesagrado.
O ir a las propias memorias de este pensador palestino: “Todavía me sorprende que el mundo intelectual y mental en que vivíamos realmente tuviera tan poco que ver con el intelecto en cualquiera de sus sentidos serios o académicos (…) nuestro lenguaje colectivo y nuestros pensamientos estaban dominados por un pequeño puñado de sistemas perceptiblemente banales, derivados de los tebeos, del cine, de los folletines, de la publicidad y del saber popular que existía en las calles y de ninguna manera influidos por nuestros hogares, la religión o la enseñanza”. Habituados a comparar siempre “a la baja” lo propio con lo ajeno, no es extraño que el nativo termine diciendo: “Este país de m…”.
El muy criollo Buenaventura Luna también se ocupó del tema: “Nosotros los argentinos, amigos que me escuchan, constituimos un fenómeno de mala información histórica y, por ello mismo, de pésima educación política Nos han mentido, amigos. Nos han persuadido maliciosamente de que nosotros, los criollos, somos indolentes y vagos: nos han convencido de que somos ignorantes e ineptos, incapaces de vivir dentro de un tecnicismo al que se considera superior (…) e incapaces de asimilarnos a toda forma de cultura”. Y decía que a partir de crear en el pueblo “ese tremendo complejo de inferioridad en el orden social”, las clases dirigentes podían manipular y tergiversar la voluntad popular.
Y el tan inmenso como desconocido Leopoldo Marechal acusaba al antiguo patriciado nativo, ese que devino luego en oligarquía, por haber desechado lo nacional en la construcción de la república y por su deserción del compromiso de desarrollar la potencialidad criolla que estaba disponible para la creación una gran nación, pero que ellos dejaron vacante porque nunca supieron mirar con ternura lo argentino.
Todo lo contrario. Detestan lo propio –como dice Capusotto- porque, en el fondo, no pueden terminar de dominarlo. Y cuanta más resistencia encuentran en un pueblo que, pese a todo este engranaje cultural que le inculca autodesprecio, aún se mantiene díscolo y se aferra a los jirones de su identidad astillada -y desde allí se sostiene-, más lo odian y más se violentan. Por eso llaman a desobedecer la cuarentena. No sea cosa que esta comunidad logre algo épico, motivo de genuino orgullo.
Por Carlos Semorile.
jueves, 20 de agosto de 2020
Max Ullrich Vender
Apenas se iniciaba el ciclo lectivo y comenzaban a llegar las nuevas profes, Valernik y Vernistein les preguntaban –muy sueltos de cuerpo- si en vez del libro de texto que ellas proponían, podíamos trabajar con el manual de Max Ullrich Vender, a quien le habían inventado una tupida biografía como especialista en cada área. Dependiendo de la materia, Vender había sido filólogo, físico, matemático, biólogo, patólogo o discípulo de Freud; y según las circunstancias, había nacido en Viena en 1750, en Munich en 1840, o en Londres en 1920. Es decir que aquellos dos atorrantes se tomaban el laburo de escribirle una biografía adecuada al caso, más los nombres de sus ensayos.
Había profesoras con las que sabíamos que no se podía joder, y éstas nunca conocieron las proezas del bueno de Max. Algunas otras salieron airosas diciendo de plano que desconocían al tal Vender. Y hubo un tercer grupo, minoritario pero significativo, que compraron el buzón con todas las estampillas y se abrazaban al ridículo cuando con fingida pasión docente nos recomendaban trabajar con el manual de Ullrich: “Ah, sí, es excelente, úsenlo”.
Esto pasó hace mil años, pero a veces se me cruza que Vernistein y Valernik persistieron en lo suyo. Que lo que iniciaron como un juego inocentón, los fue llevando a un estado de embale en el cual ya no podían parar. Se percataron que podían ganarse el mango con estos manijeos, a condición de que supieran invertir el flujo de sus esfuerzos. Aquellos que, sin sonrojarse, decían apreciar la obra de Ullrich, serían los difusores de su figura. Y sostenidos por relatos similares, convertirían a los escépticos en crédulos adoradores de Max.
Pero son ideas mías, porque Valernik y Vernistein eran buenos tipos y jamás se hubieran dedicado a sembrar cizaña, ni a utilizar a los cínicos para realizar una labor canalla. Por el contrario, el ingenio de estos compañeros nos ayudó a ver en manos de quiénes estábamos en esa etapa -aún formativa-, el grado de rutinización de una enseñanza estandarizada y, sobre todo a partir del dibujo en el mero aire de Max Ullrich Vender, la posibilidad de cuestionar lo que nos daban a leer y poner en tela de juicio toda esa vaina de los “prestigios”.
No añoro para nada los años que pasamos en una institución que se esmeraba en ser una réplica del régimen genocida, pero reconozco que –por más bien “construido” que estuviese el tal Vender- no se podía engañar a una mayoría de docentes que sabían de lo que hablaban. Tampoco es contra los docentes de hoy. Es reconocer que, en el pasaje de “manuales” a “pantallas”, nos han llevado a creer en cualquier cosa.
Por Carlos Semorile.
miércoles, 19 de agosto de 2020
Migración de gansos
A los miembros
del muy conservador Partido Demócrata de Mendoza y -por extensión- a los
miembros de la oligarquía viñatera de esa provincia cuyana, se los conoce
popularmente como “los gansos”. El mote nació en 1918 en un periódico
lencinista (“El Gaucho” Carlos Washington Lencinas era el líder de las masas
empobrecidas de Mendoza, y jefe de la de
A fines de
junio, el ex gobernador Cornejo –presidente de
Como se ve, es un llamamiento con varios destinatarios: a la propia elite local, y una formidable mojada de oreja al gobierno nacional, al cual se amenaza con desmembrarle una de sus provincias más ricas.
¿De qué vivirían concretamente los independentistas mendocinos? El sinuoso Cornejo –líder de un centenario partido con representación en todo el territorio nacional, adviértase la paradoja- no lo expresa. O acaso sí lo hace cuando dice que tendrían acceso al crédito internacional, que es el modo eufemístico de plantear que, de movida, endeudaría a más no poder a la “autopercibida” república de los gansos.
Todo esto viene a cuento porque, entre las postales que dejó una nueva jornada de promoción del virus y del número de contagios, está la de un señor morrudo ataviado con un coqueto “panamá” onda turista, un tapabocas que reproduce la mandíbula, la boca y la nariz de un gorila, y una remera que reza: “Mendoza, el mejor país del mundo. (Asterisco) MendoExit”. Pese a su provocativa indumentaria, su gesto -ante el deschave del fotógrafo- es adusto como el de un “carapintada”.
A título
personal, me parece poco probable que se verifique la migración de los gansos,
llevándose a toda una provincia en su vuelo. Pero, como en política nada está
escrito de antemano, deben tomarse en serio estas manifestaciones de gorilismo
oligárquico en cruza con secesionismo
regionalista. No hay que olvidar que a fines de 1929 los conservadores
mendocinos asesinaron al Gaucho Lencinas, y que en San Juan se organizó un multitudinario
asado de festejo al que asistió el entonces Fiscal de
Por Carlos Semorile.
martes, 18 de agosto de 2020
Lo que no se transa
lunes, 17 de agosto de 2020
La incumbencia del rosquete
domingo, 16 de agosto de 2020
Los “vacunados”
Es un fenómeno que merecería un abordaje interdisciplinario, un análisis que contemple todas las variables que entran en juego, aún aquellas que no compartimos ni avalamos, pero que pueden ser parte de la insensatez y la desaprensión con que muchas personas, aquí y en el mundo entero, están negando la gravedad de los hechos, las alarmas de pronósticos bien encaminados, y lo criterioso que resulta aguantar un poco más porque, al fin, parece haber una salida para todas y todos.
Pero no. Hay una sorprendente cantidad de gente que cada día se manifiesta en contra de las políticas gubernamentales que privilegian la salud pública por sobre las predilecciones privadas de los individuos. En verdad, debería decir de “los individuos aislados”, pero sucede algo paradojal: quienes están convencidos de ver vulnerada su libertad privativa y singular, se agrupan, como hoy en Madrid convocados por Miguel Bosé –entre otros-, y gritan al unísono “Queremos ver el virus”.
Esa “única” libertad lesionada es la de “circular” y, como en el caso del dinero estudiado por Marx, goza o está investida de un fetichismo que arrasa con cualquier razonamiento, pues genera una imaginería ilusoria que ya fue usada con todo éxito durante el pasado siglo, cuando los mal llamados medios de comunicación formatearon las creencias de millones de seres que no podían pagarse un boleto de tren, y les hicieron creer que el comunismo les impediría moverse y viajar.
La mentira, para ser eficaz, necesita contener al menos una parte de verdad, y convengamos que es cierto que hoy, en aras de la salud del conjunto de la población, gobiernos de muy distinto color y pelaje les piden a sus ciudadanos que dentro de lo posible, se queden en sus casas. Pero resulta que si bien la medida los reguarda del virus que anda circulando, los expone todavía más –lo que ya es mucho decir- a todo lo que sale de las pantallas con el investimento de una verdad.
Así las cosas, no es extraño que algunas personas decidan ingerir dióxido de cloro y fallezcan: lo que resulta llamativo es que no sean muchas más. Tampoco debería parecernos insólito que muchas otras se congreguen alrededor del Obelisco porteño para sostener posiciones tan divergentes como que el virus no existe, o que su existencia obedece a un plan gubernamental de control de la ciudadanía, y todo acompañado por carteles que advierten sobre la inminente caída en… ¡el comunismo!
Y no tendría que resultarnos extravagante o ilógico, porque lo que aquí opera es otra lógica, una contra la cual los gobiernos se encuentran tan indefensos como los pacientes alcanzados por el virus: la de los monopolios de la comunicación que, al menos en nuestro país, son también los dueños de casi todas las demás cosas. Por eso, cada día y sobre todo cada fin de semana, millares de compatriotas se apelotonan -sin necesidad de una convocatoria formal- en calles, plazas y parques, como si ya estuviesen vacunados. Y es verdad: lo están.
Por Carlos Semorile.
miércoles, 12 de agosto de 2020
“Al lado del camino”
Vivimos un
tiempo desquiciado donde todo parecer oscilar entre un aceleramiento impiadoso
(el trabajo y las clases a distancia, con sus exigencias cada vez mayores, son
claros ejemplos de esa exacción compulsiva de “plusvalía de tiempo”), y una
quietud que parece darnos una chance de dar vuelta la desmoronada “normalidad”
que supo ser tan cruel, tal como la describió Fito Páez hace más de 20 años:
“En tiempos donde nadie escucha a
nadie,
en tiempos donde todos contra
todos,
en tiempos egoístas y mezquinos,
en tiempos donde siempre estamos
solos,
habrá que declararse incompetente
en todas las materias de mercado,
habrá que declararse un inocente,
o habrá que ser abyecto y
desalmado…”
Como puede
verse, lo que extrañamos de la añeja normalidad no son sus “tiempos egoístas y
mezquinos”, sino que es todo aquello que acertamos a brindarnos por fuera del
mercado y “a un lado del camino”:
“Me gusta estar a un lado del
camino,
fumando el humo mientras todo
pasa,
me gusta abrir los ojos y estar
vivo,
tener que vérmelas con la
resaca…”
Añoramos la
dimensión humana de la vida, la cercanía, los abrazos, las caricias y los
diferentes modos, individuales o grupales, de habitar el tiempo sin ser
esclavos de un proyecto “abyecto y desalmado”:
“Entonces navegar se hacer
preciso,
en barcos que se estrellen en la
nada,
vivir atormentado de sentido
creo que ésta, sí, es la parte
más pesada…”
Salvo “los
alienados de siempre”, los fetichistas del consumo, el resto podíamos estar
“atormentados de sentido”, pero estábamos dichosos de “abrir los ojos y estar
vivos”, consumidos por nuestros propios deseos:
“Me gusta estar al lado del
camino,
dormirte cada noche entre mis
brazos,
al lado del camino
es más entretenido y más barato…”
Si en verdad salimos vivos y despiertos de esta encrucijada fatal, será porque desviamos los caminos hacia la solidaridad, el amor y la gracia.
Por Carlos Semorile.