Desde
luego, la charla también estuvo atravesada por una coyuntura nacional e
internacional que bajo distintas formas vuelve a jaquear la condición humana a través de una doble vía: en algunas regiones, se presenta bajo el rostro atroz de
la prepotencia armada de quienes se consideran dueños de territorios cuya sacralidad
pregonan pero no respetan, y en todas partes desarrolla una programación cultural
que pivotea sobre el autodesagrado como base para lograr el despojo.
Cuando
ayer escuchaba al primo Leo hablar de la agnotología como una disciplina
dedicada a sembrar la ignorancia, pensaba –además de que él debería poner estas
ideas por escrito- que de aquella generación que compartía su infancia al
amparo de abuelos, padres, tíos e inclusive amigos que eran parte de las
familias, a esta otra donde la conectividad pasa por los ordenadores, se va
perdiendo aquello que planteó Rita Segato: “El
primer derecho de un ser humano es tener un pueblo”.
Es
decir, “ser parte de un pueblo” del
mismo modo que somos parte de una familia y de una historia que merece ser
conocida y respetada porque, como ya sabemos, no se ama aquello que no se
conoce.
Hace
90 años, ante una coyuntura regional igualmente difícil, mi abuelo Eusebio
Dojorti trataba de despertar a sus paisanos sanjuaninos, y en particular a los
más jóvenes: “…no olvide que la indiferencia es un renunciamiento deshonesto y cobarde. Deje de andar
tontamente girando por la plaza, comprenda la juventud toda la crueldad y toda
la miseria de nuestro oscuro drama sanjuanino y domine ese estúpido temor al
ridículo que la esteriliza, y mata en germen sus más nobles inquietudes.
Abandone el plano inferior de su vida sin fatigas generosas, exasperante de
mediocridad, y sienta con hondura la enorme responsabilidad de ser hombre. No
pose de elegante aburrimiento, no haga la desencantada a los veinte años de
nuestra juventud. Escuche las palabras del psicólogo contemporáneo: “En plena
juventud, el escepticismo es una aberración mental y moral. Porque el
escepticismo sólo se explica como la última actitud filosófica ante la vida”.”
Los
monstruos crecen si jugamos al desencanto y pensamos que todo da lo mismo. Pero
entre el abatimiento y la dignidad hay un abismo.
Por Carlos Semorile.
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