Creo que parte del dilema que nos tiene atravesados entre
política y tragedia (aclaremos: entre la política tal como la conocemos y la
tragedia que puede advenir como apocalipsis del conjunto de las prácticas
comunitarias), es que el sistema político no supo prever –salvo Cristina: léase
su intervención en el Foro del sector empresario de la Cumbre
del G 20 realizada en Francia el 3 de noviembre de 2011- que la ausencia de un
estado regulador y reparador podía engendrar semejantes monstruos.
Esto no lo advirtió el sistema político pero sí la
militancia política (y aquí mantenemos adrede la tensión entre lo político en
su acepción débil del término, reservando la política como significado fuerte
del término) que a lo largo de estos 4 años de abulia albertista se desgañitó
de todos los modos posibles para llamar la atención de un presidente que
expresamente pidió que se lo interpelara si equivocaba el rumbo para el que
había sido elegido, pero que sólo eligió confrontar con el sector kirchnerista
del Frente de Todos.
Este consensualismo degradado y berreta –al que muchas
veces dimos el nombre de “Nuestro Frondizi” con el fin de desarmar la falacia
de que Alberto fue un error de Cristina, como si la traición de Arturo Frondizi
hubiese sido culpa de un Perón empecinado, y para recordarles a “las alegres
comadres doctrinarias” que frente a Alberto y a Frondizi esperaban agazapados
Aramburu y Macri-, careció de sistema y de racionalidad, y por eso anduvo
errático y a los tumbos permitiendo que crezcan estas opciones espantosas.
Porque no solo el lúbrico candidato incestuoso apostó por
presentarse como un sádico, sino que también lo hace la candidata del Grupo de
Tareas Pro, y en ambos casos (amén de que la endogamia es otra marca indeleble
de las derechas: sus incestos inter-casta son para proteger sus privilegios) el
acento puesto en la locura es lo que impide que buena parte de la sociedad no
acierte a ver el sistema que los sostiene por detrás, y que siempre vuelve a
ponerse en marcha cada vez que se trata de joder a las mayorías.
Si la tragedia viene de la mano de un fingido delirio que
esconde bien la barbarie de lo que su sistema vendría a imponer (y no porque
sea Hamlet, porque más bien se parece al patético Polonio), la parte consciente
de la sociedad –la que entiende que forma parte de una comunidad, y que se
salva o se hunde con ella- le ha puesto racionalidad a la política. Ojalá
alcance.
Por Carlos Semorile.
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