domingo, 16 de febrero de 2025

Parecen criptoboludos, pero son tremendos fachos

 

La primera vez que escuché hablar de las criptomonedas en vivo fue en un cumpleaños. Otro de los invitados sacó el tema y afirmaba que había llegado a tener en su poder una importante cantidad que debió vender por una circunstancia adversa, pero que si no hubiese sido por ese traspié él sería millonario gracias a este bisnes para iniciados. 

No guardo memoria de la cifra, pero sí de su insistencia con visos de nostalgia por no haber podido conservar las “cripto” y convertirse en el güiner más langa que alguna vez haya vivido bajo la Cruz del Sur. Él no advertía la índole inverosímil de su relato, del mismo modo que tampoco sospechaba el aroma naftalínico que se desprendía de su propuesta de cerrar el Congreso para ahorrar el “gasto” de los sueldos parlamentarios.

Lo otro que supe esa misma noche fue el regalo que le hizo al agasajado, el típico libro del consabido columnista de derecha que las grandes editoriales lanzan con bombos y platillos, y que a los pocos meses se apilan a precios de verdulería (los viejos precios, los de antes de este desquicio) en las mesas de saldo. Al irme, el cumpleañero me preguntó qué pensaba del obsequio: le dije que sólo un facho regala un texto ídem.

No supe más nada del ricachón fallido durante un tiempo, y en ese lapso pude conversar con los amigos que tenemos en común sobre las zonceras que había desparramado en su borrachera criptoquimérica. Lo último que me contaron del personaje en cuestión fue que estaba visitando a un connotado genocida que obtuvo el beneficio de la prisión domiciliaria, y que la parecía un tipo “lo más bien”. A confesión de parte...

Por Carlos Semorile.

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