sábado, 22 de febrero de 2025

Medios, estafa y tejido social

 

De golpe y porrazo, vuelve a funcionar el reproductor de compactos y saco al azar un “cidí” que resulta ser de Silvio y, como nos pasa cuando hace mucho que no escuchamos algo, le “pongo el óido” con más cuidado. La canción cuenta un día cualquiera de su vida, que comienza con un café y un diario: “Me entrego preocupado a la lectura del diario acontecer de nuestra trama, y sé por la sección de la cultura que el pasado conquista nueva fama”. Pienso en el saludo nazi de ciertos personajes: si pasa, pasa.

 

El verso inmediatamente anterior dice: “Leo que hubo masacre y recompensa, que retocan la muerte, el egoísmo. Reviso, pues, la fecha de la prensa: pareció que ayer decía lo mismo”. Lo notable es que aún nos asombre la constatación de la masacre recompensada, pero está bien porque quiere decir que todavía funciona un núcleo de irreductible humanismo que no se acostumbra al egoísmo ni a la muerte, que suele ser la no tan visible consecuencia de las políticas que deprecian la vida.

 

Ese eje humanista tiene su basamento en el legado ético que mamamos siendo críos y que más o menos se mantiene en pie a lo largo de una vida, lo cual es casi increíble si consideramos el cúmulo de inequidades a la que está sometida casi cualquier existencia. Mi tío “Marucho” Maestre lo decía mucho mejor: “Los garcas deberían estar agradecidos de que los pobres no hagan rodar sus cabezas”. Y eso que “Marucho” no era ningún caído del catre, y sabía bien el rol que juegan las “casas de tolerancia periodísticas”.

 

Así las caracterizó León Trotsky hace más de cien años, y explicaba: “La burguesía, las clases poseedoras, no resignarán sin lucha lo que se encuentra en sus manos. Saben qué poderoso instrumento es la prensa. Tienen a sueldo a una importante plantilla de periodistas de ambos sexos que, defendiendo la libertad de prensa, defienden su fuente de ingresos y la fuente de su barata popularidad. Todas estas personas luchan con todos los medios disponibles contra nuestra política relativa a la libertad de prensa; no sueltan de sus garras los anuncios, no se someten al decreto, mienten, difaman, vociferan, maldicen…”. Muy pocas veces se rectifican, como hoy con el caso del cadáver de rehén israelí, que al final sí era el correcto.

 

Pero bien que mientras tanto lo usaron sin pudor (al cadáver y al dolor de sus deudos; enseguida volveremos sobre el punto) para enlodar más aún la imagen de una organización político-militar con la que llegaron a un acuerdo, acuerdo que el Estado Terrorista de Israel no ha dejado de incumplir todas las veces que se le dio la gana, por no mencionar el saldo de 70 mil palestinos masacrados, muchos de ellos insepultos. ¿Ves cómo te hacen llorar como un deudo a ciertos muertos e ignorar a otros miles?

 

Es lo que se nos ocurre llamar bajo el descriptivo nombre de “proceso inducido de indignación selectiva”, y decimos “descriptivo” porque no apelamos a una designación “valorativa”: simplemente decimos que es así cómo ocurren las cosas; o, para decirlo mejor, así es cómo los medios consiguen que las cosas “ocurran” de cierta manera –y no de otra- en la cabeza de la gente. Pero es todavía peor, porque están logrando que las personas estén “creídas de su libertad en pleno sometimiento” (Yourcenar).

 

Así es posible, por ejemplo, que un amigo publique una levísima chicana respecto a la estafa piramidal promovida por el ungido, y que el hermano de un viejo amigo en común se desboque en agravios, usando la típica “lengua del ultraje” (González dixit) que ya es parte del ambiente cloacal en que han convertido el derecho de opinión trastocado en libertad de insultar a lo pavote. Luego el hermano del antiguo amigo pide disculpas en privado, sin hacerse cargo de su beligerancia pública porque “estaba borracho”.  

 

Es probable que lo estuviera, pero no del modo en que él cree: como muchas y muchos compatriotas, está sumido en un estado de ebriedad en la que el odio al semejante no sólo está permitido, sino que está incitado a derramarse como injuria sobre aquellos que nos permitimos disentir con el mandato de aborrecer a las grandes mayorías desposeídas. Y este es, retomando un asunto crucial que mencionamos más arriba, la mayor amenaza: no quieren dejar en pie ni siquiera la idea de amor al prójimo.  

 

La gran estafa de los medios, aquí y en todas partes, es concurrente con toda estafa económica y política, y está horadando la médula de la humanidad entendida como un tejido social que aspira a su emancipación.

 

Por Carlos Semorile.


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