Intentando comprender la demora
en la formación de una conciencia nacional en ciertos sectores de nuestra comunidad,
Salvador Ferla afirmaba que a los inmigrantes “los argentinizaba -valga el ejemplo- el circo de los Podestá, y los
desargentinizaban las universidades”. El acceso al “mundo culto” operaba un
desvío del país y su realidad concreta, y los “elevaba” a un parnaso idealista,
un laberinto de espejos denigrantes. El problema se mantuvo a lo largo del
tiempo, y hoy retorna bajo las aspiraciones de las clases medias que quisieran
ser cualquier cosa menos argentinas. Les asquea lo popular –que en definitiva
es lo nacional-, y admiran todo aquello que pueda expresarse bajo otras
lenguas, desde halloween al baby shower. Lo expresan incluso en sus
estrafalarias manifestaciones, en las que portan carteles para ser leídos en
París o Marsella: “Je suis la lagañe” (como dice en joda el Negro Fontova).
El extravío es tan enorme que, monitoreados por las
grandes conglomerados comunicacionales, ya no saben distinguir un asado de una
barbacoa, ni muchos menos un sainete de una desventura. Mejor dicho: no son
capaces de distinguir quiénes son aquellos “dirigentes” –es muy generoso
llamarles así- que trastocan las más elementales reglas del sentido común, y
bastardean una tragedia hasta convertirla en un vodevil. Al mismo tiempo, se
produce la pérdida del sentido de los acontecimientos, y entonces ya no es
posible advertir la dimensión política que tiene toda vida en sociedad. Quedan
atrapados en la madeja pre-política de anécdotas y chismorreos, y así son
presas fáciles de la histeria y de la crispación de las voces que llaman a
derrocar al gobierno. Si tuviésemos un Molière criollo ya hubiese pintado
el arquetipo de la Diputada Zumuva –como
la llama César De Lellis-, o de la Archinotera Decibeles.
Pero no lo tenemos, y eso se debe en gran medida a lo
que decíamos antes: cada vez que un futuro guionista, cineasta, dramaturgo o
novelista toma contacto con las áureas alturas del parnaso cultural, se vuelve
sofisticado y engrupido, y en vez de estar firmemente asentado en el suelo de
su tierra para contar nuestras historias, se cree llamado a protagonizar las
galas de las “grandes ligas” –otro invento para la gilada-. Y cuando hablo de
nuestra tierra, no pretendo que vuelvan a escribir y filmar “La guerra gaucha”
–que ya está contada-, sino que no dejen de narrar las grandes encrucijadas
nacionales que están ahí, a la mano, en espera: desde Papel Prensa hasta el
dudoso suicidio de un fiscal de un Poder Judicial viciado en sus entrañas.
Somos muchos los que estamos hasta el moño del chiquitaje de las viudas de los
countrys y de los relatos que toman como modelo un cine que estetiza y
naturaliza la violencia.
(Termino estas líneas recomendando con vehemencia las
ficciones -y también los documentales- que se pueden ver en Acua Federal, canal
de la Televisión Digital Abierta. Con sus más y sus menos, dicho canal cumple
con su consigna “Argentinos cuentan Argentina”, y así es posible ver otros
paisajes, conocer otras historias y, fundamental, escuchar otros acentos
argentinos. Esa riqueza que somos se asoma en Acua Federal, sin que nadie te
grite ni te rete).
Por Carlos Semorile.
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