Por mis ya lejanas lecturas esotéricas, creía que el
ascenso a las cumbres del nirvana implicaba años de ascetismo, una conducta
impecable y, al fin, la ausencia de todo deseo. Se ve que no entendí un pomo
porque veo dos clases de gente que alcanzaron ese estado, y lo han hecho sin
mover una sola molécula de sus integridades. Unos están parados graciosamente
en el justo medio de la batalla y, urbi et orbi, nos aconsejan “a todos” que
depongamos nuestros resentimientos. Cosa curiosa: jamás supe que “el ascendido”
estuviese impedido de distinguir el amor del odio. Los de la otra clase, se han
clavado una dosis insalubre de mentiras y así, sin mover el dial, han arribado
a un gaseoso éxtasis de sabiduría, prudencia y –esto es “lo más”- profusos
conocimientos de la sintaxis de la lengua gala. El nirvana de unos y otros es
harto vaporoso. Ustedes definan cuál de los dos grupos está más en pedo.
Por Carlos Semorile.
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