Sé que
está aburrido de la campaña, y sé también que llega un momento en que los
candidatos se espejan mutuamente y parece que todos los spots dicen lo mismo.
Mi intención no es sumarle hastío a su fastidio, sino reflexionar juntos. Porque
más allá del tedio, y como usted bien sabe, en los comicios del domingo se
juegan algunas cosas importantes. Es una
frase trillada pero no me mire así, que yo no me candidateo a nada. Quiero,
seguramente, las mismas cosas que usted para el futuro de la Argentina: el
progresivo desarrollo del país y sus industrias, un bienestar razonable en
todos los hogares, y un devenir tierno y piadoso para cada semejante. ¿Me
permite que se lo diga con las palabras de un compatriota? Nuestro común anhelo
–parafraseando a Raúl Scalabrini Ortiz- es que exista “un pequeño horizonte
para cada esperanza”. Fíjese que en la frase no hay nada del orden de lo
material. Léala de nuevo. ¿Ve lo que le digo? Esa frase es un “credo”, es todo
un programa, una declaración de principios espirituales porque si existe un
pequeño horizonte para cada esperanza, quiere decir que todo marcha bien. Y
viceversa: para que avancemos hacia el porvenir que soñamos, es preciso que
cada haya un pequeño horizonte para cada esperanza.
Téngame
un poco más de paciencia, y déjeme que le cuente que Scalabrini llegó a esa
frase mientras hacía un balance de los dos primeros gobiernos de Juan Perón: “Bajo
su dirección el país trabajó durante diez años. Transformó su organización
financiera, repatriando la deuda externa y permitiendo la formación de
capitales nacionales. Transformó su economía, diversificando los cultivos,
estimulando la minería, apoyando decididamente la industria. Transformó su
política interna, dando acceso a los trabajadores agremiados y procurando que
reflejara en sus planificaciones las necesidades del país. Transformó su
estructura social con la formación de nuevas clases pudientes que no extraían
sus provechos del campo. Transformó su jerarquía económica al descalificar el
especulador y enaltecer a los creadores. Transformó la enseñanza superior con
el alejamiento de servidores del capital extranjero y la desautorización de sus
espurias doctrinas. Transformó al ejército, y al darle un sentido de realidad y
de responsabilidad verdaderamente nacional, unió su destino al destino de la
nación, de cuyo poderío industrial, financiero y económico es un reflejo.
Transformó las costumbres al extender a las clases trabajadoras hábitos y
recreos que habían estado reservados para los pudientes. Había un pequeño
horizonte para cada esperanza. La crisálida había comenzado a romper su capullo
y desplegaba sus alas. Quizás hay más diferencias entre la Argentina
anterior y posterior a Perón, que entre la Francia anterior y posterior a la Revolución francesa”.
¿Qué
agregar, no? Usted es un tipo inteligente, y no precisa que le hable de los
paralelismos que saltan a la vista. Dos décadas ganadas en todos los terrenos,
dos procesos históricos de esos que dejan huellas, y una misma pasión por el
país argentino y por la dignidad de cada una de sus hijas e hijos. Discúlpeme
si doy por hecho que a usted no se le pasa por alto que, desde esta
perspectiva, hay debates que resultan del todo intrascendentes y que –vamos!- no
persiguen otro fin que el de dividirnos. Porque todos tenemos derecho a sostener
opiniones distintas, y hacer nuestras críticas. Pero también es cierto que de
ninguna manera nos asiste el derecho a decretar el fin de las ilusiones de
millones de hermanas y hermanos que, por primera vez en sus vidas, han vislumbrado
el horizonte y quieren forjar en él todo lo que alguna vez soñaron sus argentinas
esperanzas.
Por Carlos Semorile.
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