Así se llama el suplemento juvenil del periódico
“Miradas al Sur”, sección que desde hace unos meses también comenzó a acompañar
la edición dominical de “Tiempo Argentino”. Pero también es la última pregunta
que contestan quienes son entrevistados por los periodistas del suple: “¿A qué
le decís ‘ni a palos’?” En líneas generales, podría decirse que ese mismo
espíritu recorre todas sus notas -escritas por jóvenes que militan o apoyan al
gobierno kirchnerista-, que dan cuenta de la coyuntura social y asimismo de
diversos aspectos culturales (cine, literatura, música, etc.), pero todos
tomados desde su fuerte imbricación con la política. Y ello está en línea con
la idea de que participamos de una batalla cultural que se juega, sin
excepción, en todos los terrenos de la vida comunitaria.
No se crea, por esto que digo, que me gusta todo el
suplemento. Pienso, más bien, que aciertan en las notas de fondo pero
desperdician una buena cantidad de espacio en las columnas más pretendidamente
“juveniles” y humorísticas. Tal vez se deba a que, como ya no soy joven, no le
encuentro la gracia, pero me parece entender que “Ni a palos” apunta a formar
un tipo de lector más parecido a los jóvenes que hoy se acercan a la militancia.
Pibes y pibas que son -en todo sentido- más maduros, y que difícilmente busquen
en esos espacios lo que Capusotto ya les da en la tele.
Pero
estas breves líneas apuntan a una crítica bastante más severa. En la edición del
domingo 7 de octubre, “Ni a palos” entrevista largamente a la escritora y
cineasta estadounidense Megan Boyle, y –francamente- no se entiende que se le
brinde todo ese espacio para reflexionar sobre “la nueva literatura y la
posibilidad de un arte tan narcisista, preciso, sincero e intrascendente como
el mejor tuit”. Y no se comprende porque, en el mejor de los casos, queda en
evidencia que las producciones de la propia Boyle caben en esa definición
(narcicista, intrascendente), y que no está en condiciones de producir ninguna
reflexión seria al respecto. Ella y su esposo (también escritor) se han filmado
a sí mismos con sus “macbooks”, y luego decidieron hacer un film con esas casi
200 horas de imágenes cotidianas: “Yo quería que las escenas
fuesen cortas, me parecía que eso iba a ser más interesante. Teníamos un montón
de material y queríamos que fuese divertido. Tao y yo en algún punto somos los
dos socialmente ineptos, entonces teníamos un montón de escenas y momentos
divertidos a raíz de eso”. Si esto mismo se lo hubiese dicho Catherine Fulop a
la revista “Caras”, no me sorprendería en lo más mínimo y no estaría
escribiendo esta nota.
Más adelante, el cronista la consulta sobre los
distintos rótulos que podrían identificar su producción (“mumblecore”
o “alt lit”), y también acerca de su pertenencia a un grupo generacional (“Generación-de-Universitarios-Sin-Trabajo”
o “Generación-iPod”), y en ambos casos la Boyle se desmarca con elegancia. Del
mismo modo, elude una definición sobre su futuro: “Cuando era
más chica me acuerdo que podía imaginarme claramente dónde iba a estar dentro
de un año, o dentro dos o tres. Pero ahora no. Ahora trato de pensar y quedo
completamente en blanco, no tengo la menor idea. De verdad no lo sé. Es una
sensación un poco aterradora pero también bastante interesante. Está todo bien
si termino trabajando en un almacén o haciendo películas o las dos cosas”.
Obviamente, a una persona así sale sobrando preguntarle a qué le dice “ni a
palos”.
La Fundación Proa, en cambio, debe tener sus motivos
para invitar a Buenos Aires a esta muchacha. Y está bien: hay un público
minoritario siempre ávido de saber de qué va la cosa cuando se dice “alt
lit” o “Generación-iPod”. Lo asombroso –y lo triste- es que un medio militante
desperdicie de esta manera las páginas que podría haber dedicado a un pibe argentino
con pensamiento propio. ¿No tenemos nada nuestro para mostrar? ¿Allá afuera no
hay un montón de talentos esperando ser difundidos? Y, lo que es peor, ¿no
sabemos de sobra que por cada Boyle que nos venden, luego aparecen los clones
locales deseosos de producir “algo” –lo que sea- que sea bien “mumblecore”?
Aclaro,
por si hiciera falta, que no se trata de un problema de estéticas, sino que
esto también forma parte (y acaso sea el alma misma) de la tan mencionada
batalla cultural. Ellos pueden
filmar no doscientas, sino un millón de veces doscientas horas “minimalistas”,
y nunca tendremos una mirada que le otorgue sentido a nuestra realidad. Ese es
su cine, esa son sus series, esa es su industria y ese su mercado. Ya es
bastante penoso que los medios progresistas (leáse “Página/12”, leáse “Radar”),
o los del palo nacional y popular (leáse “Tiempo Argentino”), se ocupen con
creces, y naturalicen, esa mirada. Se va instalando una cosa esquizoide de
mencionar a los íconos del Pensamiento Nacional, pero al mismo tiempo se
continúa creyendo –con inocencia digna de mejores fines- que debemos abrevar en
todas las novedades. Me parece, por el contrario, que es hora de decirle “ni a
palos” a aquellos que se autodefinen como “socialmente ineptos”,
y que no tienen ni quieren patria alguna porque no llevan a ningún pueblo en su
corazón. Y que sería bueno que, como dice el Tata Cedrón, definamos qué
proyecto cultural nos damos para lograr el país que anhelamos.
Por Carlos Semorile.
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