En las redes sociales se percibe mucho desencanto y
mucha desilusión con Alfredo Casero, a raíz de sus declaraciones que conducen
–si es que llevan a alguna parte- a una cloaca del tamaño del Monopolio. En
este sentido, creo que es al ñudo detenerse en ellas, y en cambio me parece más
productivo reflexionar en torno a aquel dictamen bíblico que desaconsejaba erigir,
y adorar, ídolos de arcilla. Con lo cual quedaba todo dicho, ya que nadie en su
sano juicio (y ni siquiera un copista de las Sagradas Escrituras) se iba a
poner a nombrar uno por uno a los impostores del pasado, del presente, y del
porvenir.
Quiero decir: Casero no es el primero en ponerse
servil, ni seguramente será el último en tener una agachada fatal. En todo
caso, es representativo de una época en la cual los pibes no encontraban
referentes en la política y sí en programas televisivos orientados
–preferentemente- a la juventud. De allí se derivó la estudiantina como
enfermedad infantil de la democracia burguesa, lo cual ya es mucho decir. Pero
con un agravante, porque cada nueva generación tiene el deber histórico de
enfrentar y superar dialécticamente a la generación de sus progenitores. Y, en
cambio, esta “juvenilia” berreta dejó sus impostadas transgresiones en la
puerta de entrada de los canales de tevé. O, en el mejor de los casos, votando
a esa versión partidaria de “rebelde way” que fue la Alianza.
Pero, mientras tanto, la máquina de fabricar
idolatrías sigue funcionando a pleno, y entonces es probable que sigamos comprando
(menos que antes, pero incorporando al fin) alguna que otra estrella fugaz.
Destinada, claro, a alcanzar su cenit, pero también a caer hacia su nadir. Lo
señalo -a riesgo de ser antipático- porque bien podría suceder que un día
equis, por un quítame de allí esas pajas, hasta Bombita Rodríguez se “baje” del
Proyecto. Y podrá parecernos un bajón, podrá enojarnos y podremos putear de lo
lindo, pero sería más que interesante que ciertas “defecciones” no nos
sorprendan tanto. Porque la naturaleza misma del formidable momento histórico
que vivimos hace que, en la medida que se afecten intereses, algunos se
disgusten, otros se indignen, y otros se chiven muy mal y se pasen de vereda
con armas y bagajes.
Y mientras eso pase (y de seguro seguirá pasando), serán
muchos más los que se sumen porque sólo
el movimiento nacional asegura que exista, como decía Scalabrini, “un pequeño
horizonte para cada esperanza”.
Por
Carlos Semorile.
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