Dicen que una cosa lleva a la otra. Y ha de ser así
nomás, si considero que el cine negro me llevó a las novelas de Dashiell
Hammett, y éstas a conocer a quien fuera su compañera, la dramaturga y
escritora Lillian Hellman. En principio, me fascinó su relato sobre los meses
finales de Hammett, que ella acompañó respetando su silencio en torno a la
enfermedad que lo consumía, porque comprendió que ésa era la única manera en
que él podía seguir adelante: “¿Quieres que hablemos?” “No. Mi única
oportunidad es no hablar de eso”. Y agregaba Hellman: “En aquellos meses de
sufrimiento, su paciencia, su coraje y su dignidad fueron enormes. Como si todo
lo que integra la vida de un hombre se hubiera puesto a prueba al mismo tiempo:
el sufrimiento era un asunto propio que no admitía intrusos”.
Más adelante, me zambullí en su descarnado relato
sobre el papel que jugaron muchos de sus ex compañeros de ruta durante la
persecución del Comité de Actividades Antinorteamericanas del senador McCarthy,
en pleno auge de la Guerra Fría. Allí, Hellman vuelve a levantar la ética de
ciertas actitudes que hacen a la dignidad humana. Mientras muchos defeccionan,
y otros tantos claudican, los empleados de la casa que comparte con Hammett le envían
a éste un telegrama de ¡felicitaciones! al presidio donde el escritor ha sido
encarcelado. Hellman es conciente de que “estas buenas gentes habían hecho por
Hammett mucho más que la mayoría de sus mejores amigos (incluyendo los muchos
que le debían sumas de dinero)”. Ante tamaña muestra de solidaridad, Hellman no
sabe cómo proceder pero una de las empleadas se le adelanta y le dice: “Somos
irlandeses, señoritas. Para nosotros, la cárcel no es nada”.
Este gesto contrasta con el de algunos “intelectuales”
que, ante la sola citación del “Comité”, comienzan a recordar pretéritas
reuniones, rostros y nombres del pasado sin necesidad de que nadie los presione
seriamente. Ellos creen que se salvan, pero Hellman los escrachará para siempre
al escribir: “En circunstancias especiales, bajo tortura, es natural que la
gente pierda el temple y confiese. Recuerdo que Louis Aragon me contó una
anécdota, que Camus me repitió en la única ocasión en que lo vi. Durante la
guerra, a los miembros de la Resistencia se les ordenaba resistir la tortura
física todo lo que pudieran para dar a sus compañeros la oportunidad de
escapar. Pero nunca se les exigía aguantar hasta dejarse matar: ni siquiera
hasta quedar lisiados. En circunstancias semejantes, confesar es lo único que
puede hacerse. Eso tiene sentido. Pero las circunstancias presentes son muy
distintas, aquí no se ha torturado a nadie, y no me convence esa nueva teoría
de que la tortura psicológica equivale a brazos rotos o a lenguas quemadas”.
Como consecuencia de la histeria anticomunista,
Hellman y Hammett pasaron muchas privaciones pero nunca se victimizaron: sabían
que otra gente la estaba pasando mucho peor que ellos. En sus conclusiones
sobre el período macartista, Hellman se reprocha a sí misma por haber dado
demasiado crédito a los escritos de los intelectuales, palabras que no dejaban
suponer sus posteriores delaciones. Pero también les reprocha duramente a
quienes finalmente repudiaron el macartismo sólo por sus métodos, y no por la
naturaleza inmoral de sus actos. Todo ello en su conjunto configuró un “Tiempo
de canallas”, sintética y ajustada frase de Hellman para definir una época.
En la Argentina de la Ley de medios, curiosamente,
hay quienes sienten nostalgia de nuestra propia caza de brujas. Alguno añora
los tiempos en que acompañaba a las tropas de asalto en sus infames campañas
tucumanas, y otros se duelen de perder el monopolio de la palabra. Todos ellos
se victimizan alevosamente, y salen de gira a rogar que regresen los
inquisidores mayores y sus tribunales de inapelables y mortíferas resoluciones.
Quieren ver muerto el ciclo de las reparaciones económicas, sociales y
culturales iniciado en 2003. Pero no saben, y tal vez ni siquiera sospechan,
que están condenados a despertarse cada día, y a vivir cada jornada, dentro de
su miserable y pequeñito tiempo de canallas.
Por Carlos Semorile.
No hay comentarios:
Publicar un comentario