Pese a entrevistarlo cotidianamente, ninguno de los
periodistas de “Mañana más” ha visto personalmente a Juan Martín García del
Pilar-Pilar. Sucede que el Subsecretario de Asuntos Mínimos de la Ciudad gestiona
y publicita los actos de gobierno desde un helicóptero incesante, en vuelo
hacia ninguna parte. El ruido de las hélices vuelve dificultosa la
conversación, lo mismo que la festichola de sus correligionarios arman en el
fondo de la nave, pero a Juan Martín ambas cosas lo tienen sin cuidado. Claro:
es imperioso que nada se entienda cabalmente, que todo quede en una nebulosa
donde lo dicho se sostiene apenas como contingente, hasta que la próxima
desmentida barrene a los anteriores comunicados oficiales. Y no se piense que
la contradicción demora en llegar, pues en una misma frase Del Pilar-Pilar es
capaz de afirmar y negar, de sostener y dejar caer, de dar sustento y quitarlo,
y todo con la misma liviandad de funcionario en tránsito.
De allí se deriva algo que es, por lo menos,
misterioso y que, caramba!, permanece insoluble. Y es que la verba de García
del Pilar-Pilar es rica en sugestiones, y no necesita más que prometer sin
cumplir, sugerir sin mostrar, postergar sin concretar. Sí interesa, en cambio,
el tono festivo con que Juan Martín hace los anuncios o, por caso, justifica
las ausencias, los dichos o las sucesivas torpezas del Jefe de Gobierno de la
Ciudad. Acaso su único talento consista en hacernos creer que empezó el recreo
largo y que lo podemos estirar hasta el paroxismo. Ha de ser por ello que lo
han escogido como relacionista público de un espacio político que se presenta
como un “tercer tiempo” perpetuo, una copeteada entre muchachotes toscos que, en
el fondo, son buenas gentes. Porque, en definitiva, de eso se trata su laburo:
de disculpar la rudeza de quienes dicen venir con buenas intenciones. Las acciones
del PRO son zafias, groseras, rústicas, pero el Subsecretario es un prestidigitador
que convierte desalojos y ajustes, inundaciones y derrumbes, golpizas y tarifazos, en “asuntos
mínimos”. No es casual que repita como un mantra la palabra “verdura”, a
sabiendas de que lo que dice es, justamente, “cualquier verdura”.
Tampoco es fortuito su desapego del territorio, su
aleteo florido y carcajeante por encima de una metrópoli al borde del colapso.
Si la topadora terminó graficando la gestión de Cacciatore y la Dictadura, el
helicóptero de Juan Martín grafica cabalmente el paso del Niño Mauricio como
alcalde de Buenos Aires. Lo rodea el aire, lo mece una suave brisa, y nada de
lo que sea leve y etéreo le es ajeno. Lo que en Magallanes es pesado y
vociferante, en García del Pilar-Pilar tiene la espesura de unas burbujitas
efímeras, y por eso cuando Magallanes engrana, se le va el prestigio por la
canaleta de la estirpe y el linaje. El Subsecretario, por el contrario, jamás
se chiva. El enojo, la irritación y la cólera, son palabras desterradas de su
diccionario. Nada lo perturba, ninguna ofuscación –ajena, claro- lo saca de
eje. Uno tiene derecho a sospechar que esta pose es tan falsa como la
reiteración de su doble apellido. Juan García, a secas, es un impostor que
ingresó en la política inflando globos para el “tea party” de estos salames con
iniciativa. Y puede, incluso, que uno lo demuestre. Poco importa. Desde el aire
se escucha una vocecita risueña que repite, y repite, y repite cualquier
verdura.
Por Carlos Semorile.
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