Cuando aparecen en la escena política ciertos instrumentos que gravitan
por sus dimensiones y/o su capacidad de daño, conviene recordar aquella frase
que en los años ´70 advertía: “Los
fierros pesan, pero no piensan”.
Una evidencia empírica de la validez de esta idea la tenemos en el fin
del Terrorismo de Estado: tras la derrota de Malvinas, la Dictadura Genocida no
pudo evitar sufrir otra caída decisiva, esta vez en el plano de la
política.
La posesión de los patrulleros, las metralletas, las granadas, los
camiones hidrantes y -llegado el caso- los helicópteros y los tanques, ejercieron
una suerte de hechizo respecto de que la dominación era un tema resuelto.
Pero la hegemonía –en griego dominación se dice “hegemonía”- es un
asunto más complejo que el monopolio estatal de las fuerzas represivas, y exige
un conjunto de prácticas políticas que buscan obtener consenso.
A un mes de
iniciado el ciclo ultraliberal, es posible afirmar lo mismo que se hacía
evidente durante la campaña electoral del autopercibido reyezuelo: que la
motosierra pesa, pero no piensa. Al menos, no en el pueblo.
Como
herramienta, la maquinola destaca por su volumen, y como “fierro” aplicado a
situaciones de índole política, por su capacidad de daño: por eso se les
preguntaba a sus cultores de qué lado de la misma creían estar.
No era una
pregunta capciosa, ni mucho menos una chicana gratuita: era una invitación a
pensar por fuera del hechizo de que un chirimbolo gigante iba a ser capaz de
resolver cuestiones económicas, políticas y sociales.
La
aplicación a mansalva de la citada sierra a motor, no ha hecho más que agravar
todos los problemas existentes y es por ello que, previendo la respuesta de
buena parte de la sociedad, nos amenazan con más fierros.
Pero lo que
aquí nos interesa es la segunda parte de la frase que citamos al inicio, cuando
avisa que los cacharros no piensan por sí mismos, y que si te dicen lo
contrario es porque su aplicación supone ideas contrarias a tus intereses. Y,
ya que estamos, lo mismo pasa con esos aparatitos llamados celulares y que –al
parecer- tanto han tenido que ver con el triunfo de la casta usuraria: el celu
tampoco piensa y si te da todo resuelto, desconfiá. Es sólo un fierrito, pero
usalo bien porque trafica ideas que te joden la vida.
Por Carlos Semorile.
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