Una de las preguntas más bravas con que este nefasto presente nos
interpela a diario, es cómo fue que dimos por descontado que había un piso
mínimo de reglas de convivencia democrática que estaban aseguradas.
Desde luego, la persecución judicial a Cristina con el propósito de
proscribirla como candidata y el posterior intento de asesinarla, dieron paso a
un tiempo de penumbras que muchos no quisieron leer en profundidad.
La dinámica del proceso electoral nos encontró peleando palmo a palmo
con un conjunto de conciencias desdichadas que, hasta el día de hoy, se niegan
a reconocer que metieron la gamba de una manera espantosa.
No hay sector de la vida económica, laboral, cultural, comunitaria,
barrial y hasta vecinal que no sufra el atropello de este thatcherismo
entreguista de quienes se posicionan como ingleses para tratarnos como
irlandeses.
Hay un desembozado propósito de desquiciar cualquier ordenamiento
político, social y jurídico, que millones de compatriotas lo van sintiendo en
sus bolsillos, pero también sienten la humillación de ser descartados. No es
desaforado pensar que justamente este sea el designio de una política impiadosa
para con todos los que, en algún momento u otro de los gobiernos kirchneristas,
creyeron en sus derechos: éstos deben ser escarmentados.
Esta ofensa es tan unánime que resulta difícil comprender cómo la eluden
aquellos que dieron su voto a quienes los desprecian, pero se las arreglan para
enquistarse en un pliegue recóndito de sus malas conciencias.
La desazón es muy grande entre quienes sí la vimos venir, y no fuimos
escuchados por quienes prefirieron su odio antes que cualquier intercambio
dialéctico de esos que formaban parte de la vida política de los pueblos.
Algunos suponemos que la realidad es una escuela tan implacable como
ineludible, y que poco a poco muchos advertirán que el daño que pensaban
provocarles a otros, está recayendo sobre ellos y sus afectos más cercanos. Sin
embargo, nos parece que el problema de las conciencias desdichadas va a
perdurar más allá del tiempo que dure este atroz experimento, y que no será
fácil lidiar con todo el cúmulo de reproches cruzados que nos estamos haciendo
unos a otros. Y visto en perspectiva, no podemos darnos ese lujo.
Por Carlos Semorile.
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