Hace ya unos siete años, escribí una breve crónica sobre el modo en que comenzaba a percibirse la renovación ferroviaria que entonces gestionaba el hoy despechado Florencio Randazzo. Allí contaba que estando de compras con mi compañera en uno de los chinos del barrio, un niño de unos cuatro años sacó el tema de –cito textual- “los trenes de Cristina Fernández de Kirchner”. La madre de la criatura, un ejemplar prototípico de la clase media, se apresuró a declarar su fobia anti-K, dando por sentado que íbamos a festejarle la gracia. Manifestadas nuestras divergencias, y aclarados los tantos, ella nos contó que el pibe la tenía harta pidiéndole que lo llevase a ver “los trenes de Cristina”. Nos reímos un rato los tres –menos el chiquito, que insistía-, y nos despedimos aconsejándole visitar Tecnópolis.
Luego, comentando el hecho, no pudimos pasar por alto que el gurí tenía las cosas más claras que su propia madre. Tiempo después, viéndola a Cristina inaugurar las nuevas formaciones del Sarmiento, me acordé de ellos e imaginé un cuadro de Daniel Santoro: “El niño nacional dándole la sopa popular a la mamá gorila”. También me vinieron a la mente las palabras del compañero Jorge Marinovich, quien sostenía que debíamos tener “la claridad de entender este proyecto, que no pide intelectuales ni sabios, sólo te pide no ser pelotudo”. Como cierre, aunaba los enfoques del niño y de Jorge: “Eso mismo digo: si mirás bien “los trenes de Cristina”, con “no ser pelotudo” alcanza”.
Creo que si no agregara nada más, la moraleja seguiría funcionando casi de la misma manera. Sin embargo, sabemos que mucha gente no alcanzó a entender la encrucijada aquélla y advino un tiempo sombrío plagado de incertidumbres y padecimientos: “Nunca se había visto algo así. Llegar a que las poblaciones tolerasen esto es el misterio a desentrañar, más allá de la obligación de referir, por parte de los movimientos populares, por qué brechas descuidadas o desconocidas un día percibimos que muchas de estas cosmovisiones rudimentarias y escolarizadas en el viejo andamiaje de “miedo y esperanza”, se establecían como una mayoría, bien que electoralmente efímera” (Carta Abierta 22, octubre de 2016). Existió, pues, un velamiento mediático que impidió que se comprendiera lo que aquel chango podía percibir.
Hubo un
tiempo, además, en que Carta Abierta llegó a respaldar las aspiraciones presidenciales
de Randazzo pero, una vez definidas las candidaturas, la primacía del proyecto
–otra obviedad- estuvo por encima de los nombres propios. “El misterio a
desentrañar” acaso debería incluir los desvaríos de un ex ministro que hoy
confiesa haber despreciado la posibilidad de ser gobernador nada menos que de
la provincia de Buenos Aires. El pasado debe estar plagado de despistes
semejantes, y en el ámbito local es difícil no recordar las bravuconadas de
Vandor en abierto desafío a Juan Perón. De allí a rememorar la frase de Marx
sobre las repeticiones en
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