jueves, 12 de agosto de 2021

"Pero yo prefiero pensar que..."

 


Antes de morir, Juan Forn alcanzó a dejar preparados para su edición los textos de “Yo recordaré por ustedes”, una formidable selección y reescritura de sus columnas de “los viernes” en Página/12. Para quienes fuimos sus seguidores, tempranos o tardíos, este libro representa un pequeño consuelo ante su pérdida: ya no sabremos qué y cómo hubiera seguido leyendo Forn, pero al menos pudo darle un cierre a toda una manera de entender la vida desde el lugar del lector.

 

Lo dice él mismo cuando afirma que “soy de la tribu del libro, leer es mi forma de pensar”, y explica la paradoja del libro: “cuando leemos, nos vamos del mundo, pero ese irse del mundo enriquece nuestra experiencia del mundo”. Provistos con las gemas obtenidas en nuestra experiencia lectora, estamos mejor preparados para salir del “confortable reino del estereotipo” y adentrarnos “en el laberinto de las contradicciones y las paradojas”. La paradoja de leer es que ilumina las demás extrañezas.

 

Podría decirse que Juan Forn fue un buceador de todas las “desprolijidades” humanas, pero las retrató de una manera tan piadosa que al final todos somos alcanzados por un tipo de comprensión hermana de la clemencia. En este sentido, rescato cuando en algún momento de sus relatos dice, por ejemplo, “Yo tiendo a pensar que…”; otras veces, su pausa reflexiva llega con un “A mí me resulta mucho más significativo…”, o un “Pero yo prefiero pensar que…”, y ahí todo gira de las interpretaciones más convencionales a un estado de misericordia donde “son las pequeñas cosas como esas las que nos salvan”.

 

También están sus apelaciones ópticas –“Mírenlo…”-, verdaderos llamamientos a ejercitar una mirada de cercanía y empatía que nos lleva a refrendar uno de los credos que él cita -“Bendito sea Dios, que a todos nos hace distintos”-, y que deberíamos extender del siguiente modo: “Y bendito seas por darnos a Juan Forn, porque él nos alojó en sus escritos y nos permitió sentirnos menos extranjeros de nosotros mismos”. Dentro de “la tribu del libro”, Forn ofició de chamán.

 

Lo cual me recuerda a un maestro de Kabalah que tuve, un rabino que amaba la Biblia porque en ella encontraba fielmente reflejada la complejidad del mundo, con la suma de todos sus horrores y de toda su hermosura. Y con esto quiero decir que, antes de irse, Forn nos regaló una biblia pagana tan rica como la otra: la bitácora de un viaje en el tiempo y en el espacio que empieza en África, pasa por la China milenaria y por varios lados más, y termina en Mar de las Pampas con Juan juntando pequeñas piedras en la playa porque, como dijera el amigo peluquero de Picasso: “Nada tiene más valor en el mundo que lo que no se puede comprar”. Por todo ello, “gracias, belleza, buen viaje”.

   

Por Carlos Semorile.

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