Antes de morir, Juan Forn alcanzó a dejar preparados para su edición los textos de “Yo recordaré por ustedes”, una formidable selección y reescritura de sus columnas de “los viernes” en Página/12. Para quienes fuimos sus seguidores, tempranos o tardíos, este libro representa un pequeño consuelo ante su pérdida: ya no sabremos qué y cómo hubiera seguido leyendo Forn, pero al menos pudo darle un cierre a toda una manera de entender la vida desde el lugar del lector.
Lo dice él
mismo cuando afirma que “soy de la tribu del libro, leer
es mi forma de pensar”, y explica la paradoja del libro: “cuando
leemos, nos vamos del mundo, pero ese irse del mundo enriquece nuestra
experiencia del mundo”. Provistos con las gemas obtenidas en nuestra
experiencia lectora, estamos mejor preparados para salir del “confortable reino del estereotipo” y
adentrarnos “en el laberinto de las
contradicciones y las paradojas”. La paradoja de leer es que ilumina las
demás extrañezas.
Podría decirse que Juan Forn fue
un buceador de todas las “desprolijidades” humanas, pero las retrató de una manera
tan piadosa que al final todos somos alcanzados por un tipo de comprensión
hermana de la clemencia. En este sentido, rescato cuando en algún momento de
sus relatos dice, por ejemplo, “Yo tiendo
a pensar que…”; otras veces, su pausa reflexiva llega con un “A mí me resulta mucho más significativo…”,
o un “Pero yo prefiero pensar que…”,
y ahí todo gira de las interpretaciones más convencionales a un estado de
misericordia donde “son las pequeñas
cosas como esas las que nos salvan”.
También están sus apelaciones
ópticas –“Mírenlo…”-, verdaderos
llamamientos a ejercitar una mirada de cercanía y empatía que nos lleva a
refrendar uno de los credos que él cita -“Bendito
sea Dios, que a todos nos hace distintos”-, y que deberíamos extender del
siguiente modo: “Y bendito seas por darnos a Juan Forn, porque él nos alojó en
sus escritos y nos permitió sentirnos menos extranjeros de nosotros mismos”.
Dentro de “la tribu del libro”, Forn ofició
de chamán.
Lo cual me
recuerda a un maestro de Kabalah que tuve, un rabino que amaba
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