No es sin congoja que me dispongo a contar
unas pocas situaciones, arbitrarias y esparcidas, de escucha y de lectura de
Horacio González. La primera que aparece con cierta nitidez me acompaña desde
1988: haciendo un repaso por un largo ciclo de violencias, González sostenía
que aún nos hacía falta un nombre para designar a
Lo siguiente que recuerdo es haber leído su
idea de que “la mejor filosofía, no ríe ni condena,
intenta comprender”. Juraría que la tomé de su libro sobre Macedonio
Fernández, aunque la cita precisa –ahora que la rastreo- está en “Escritos en carbonilla”, que se editó más de diez años después. Sea
como fuere, no me interesó porque surgiera de Macedonio o del Flaco Spinetta
sino por su posicionamiento piadoso ante la existencia y porque lo retrataba a
él, nuestro “filósofo incesante”.
En esa misma línea de intentar la comprensión y ejercitar la piedad me impactó su lectura de un pasaje Camus: “La historia no debe ahogar la sensualidad. El sol, ese caldero irreflexivo de placer, no debe omitir la comunión entre los hombres justos. El regocijo y el gozo recuerdan que el hombre puede sacrificar su dimensión social sin convertirse en un ser feroz, sin solidaridad. El sentido de la lucha en comunión social recuerda que el hombre puede abandonar su sublime tedio carnal sin perder la posibilidad de ser feliz”. ¿Qué otro sociólogo que no fuera Horacio se atrevía a abrir semejantes posibilidades existenciales y vitales?
Después viene
una remembranza combinada de haberle escuchado y leído la cita de Tácito que
encabezaba
Cuando se avecinaba una ominosa mudanza de
los tiempos, se permitió participar del homenaje que se le hizo a Carlos Olmedo
en
En su despedida de
El tema de los nombres –por allí arrancamos-
y el tema del destino siempre fueron pensados por González al rescoldo de los
mitos porque nadie hubo como él que reflexionara sobre su papel en la vida
comunitaria argentina, lejos de esa idea perezosa –y muchas veces reaccionaria-
de que debemos desembarazarnos de ellos. Por el contrario, en uno de sus
cientos de artículos periodísticos, escribió que “Los mitos valen la pena a condición de su revisión”. Vaya si los
revisó.
Y cuando el anunciado arrasamiento se
produjo, eludió el fácil nombre de “macrismo” y postuló que estábamos frente a
una época a la que llamó “La experimentación”: “El gobierno de Macri está inspirado por una idea de experimentación
total sobre las existencias. Sobre sus condiciones morales, laborales e
intelectuales. Y sobre los escenarios mismos de sustento de la idea de persona.
Persona como identidad, trabajo y libre disposición para la esfera afectiva
pública y privada. A eso apunta la experimentación, a vulnerar esas instancias
de reconocimiento entre personas, construidas en forma autónoma a través de sus
propias biografías”. Y en este terreno tampoco nadie acertó tanto como él.
La última vez que pude disfrutar de verlo y
escucharlo pensar –dos situaciones inescindibles- fue en un curso virtual sobre
En uno de sus últimos artículos sostuvo que “en el nivel de lo trágico, lo personal y lo político encuentran su punto común”. Es imposible no darle la razón cuando leemos tantas despedidas de quienes fueron sus discípulos, amigos y compañeros. Hay un llanto contenido en cada una de ellas, y también lo hay aquí. Aún siendo un simple lector suyo sé que, más allá del signo de los tiempos, escuchar y leer a Horacio era entrar en esos “Tiempos de rara felicidad en los cuales se puede sentir lo que se desea y es lícito decirlo”. Porque intentó comprender, y porque sostuvo “El sentido de la lucha sin perder la posibilidad de ser feliz”.
Por Carlos Semorile.
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