viernes, 11 de junio de 2021

La “machnamh” de Terry Eagleton sobre el Alzamiento de Pascua

Hace poco me enteré que el término “machnamh” es un antiguo concepto irlandés que abarca un conjunto de operaciones tales como la reflexión, la contemplación, la meditación y el pensamiento. Viniendo de quienes viene no me extraña que hayan parido una idea capaz de combinar capacidades que por sí solas ya valen su peso filosofal. Tomé nota para asegurarme de que no se me pasara al desván de los olvidos, y quedé a la espera de conocer un ejemplo de semejante proeza.

El tema se me traspapeló hasta que volví a leer “Santos y eruditos”, la novela del crítico literario y cultural inglés Terry Eagleton que en su título homenajea el nombre que Irlanda supo ganarse por la labor de sus monjes que, mientras el continente europeo entraba en uno de sus recurrentes períodos oscuros, traducían y copiaban las obras de los clásicos griegos y romanos, legándolos así para la posteridad.

Pero no es de ellos que habla este libro sino de otro evento tan poco conocido fuera de la isla como tantas cosas destacables de su pueblo: el Alzamiento de Pascua de 1916 que proclamó el nacimiento de la República Irlandesa. El objetivo no se alcanzó pues los ingleses, con su habitual salvajismo, reprimieron la rebelión que -aún así- instauró un nombre perdurable como aspiración de la emancipación de la isla unificada bajo el manto de sus tradiciones comunitarias.

Eagleton reseña con maestría los sucesos que a través de los siglos fueron madurando las condiciones como para que los irlandeses se sublevaran un año antes que la Revolución de Octubre (“Todo el que hable de revolución pura, dijo Lenin al enterarse del Alzamiento de Pascua, no vivirá para verla”, se lee en “Santos y eruditos”) y, asimismo, pone en juego todas las ideas que en las colonias y en las semi colonias es preciso debatir para alcanzar un pensar soberano y soberanista.

La sustantiva e imaginaria discusión se da entre el filósofo Ludwig Wittgenstein (más su amigo Nikolai Batjín, hermano mayor del crítico Mijaíl Batjín) y el derrotado –y, en la ficción, prófugo- líder republicano James Connolly. Ellos debaten, por ejemplo, sobre el poder del fracaso y la renuencia de la clase explotada a derramar sangre, muy distinta a la índole sanguinaria de los explotadores. Es una charla plagada de chicanas, como cuando Wittgenstein dice que “Mientras los líderes revolucionarios hablan de crisis todo sigue tal como está para el común de la gente”. La réplica de Connolly es demoledora: “El hecho de que todo siga como está ‘es’ la crisis (…) Un pueblo oprimido sabe que cada segundo que vive es un estado de emergencia”. En opinión de este cronista, Connolly les pasa el trapo al filósofo vienés y a su cuate ruso.

La muy argumentada querella también pasa revista a otros tópicos de la vida de los pueblos, tales como las creencias y el modo en que impactan en el inconciente colectivo: “En el centro de la fe cristiana hay un cuerpo muerto, pero es un cadáver cuyo fracaso anuncia la resurrección (…) Los irlandeses no somos ajenos al simbolismo, pero el simbolismo por sí solo nos dejará un tierra ocupada. Es la insurrección lo que los británicos encuentran ofensivo, no el crucifijo o el trébol”.

Como se observa, aquí la disputa entre el idealismo y el materialismo no deja margen para soluciones que se imaginan por fuera de la historia. Pero más allá de nuestras preferencias, el texto de Eagleton es un claro ejemplo de “machnamh”: una delicada mixtura de pensamiento, meditación, reflexión y contemplación. Es, como nos enseñó “El Profe” Horacio González, lo que viaja en las buenas novelas. 

 Por Carlos Semorile.

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