Hace poco me
enteré que el término “machnamh” es un antiguo concepto irlandés que abarca un
conjunto de operaciones tales como la reflexión, la contemplación, la
meditación y el pensamiento. Viniendo de quienes viene no me extraña que hayan
parido una idea capaz de combinar capacidades que por sí solas ya valen su peso
filosofal. Tomé nota para asegurarme de que no se me pasara al desván de los
olvidos, y quedé a la espera de conocer un ejemplo de semejante proeza.
El tema se
me traspapeló hasta que volví a leer “Santos y eruditos”, la novela del crítico
literario y cultural inglés Terry Eagleton que en su título homenajea el nombre
que Irlanda supo ganarse por la labor de sus monjes que, mientras el continente
europeo entraba en uno de sus recurrentes períodos oscuros, traducían y
copiaban las obras de los clásicos griegos y romanos, legándolos así para la
posteridad.
Pero no es
de ellos que habla este libro sino de otro evento tan poco conocido fuera de la
isla como tantas cosas destacables de su pueblo: el Alzamiento de Pascua de
1916 que proclamó el nacimiento de
Eagleton
reseña con maestría los sucesos que a través de los siglos fueron madurando las
condiciones como para que los irlandeses se sublevaran un año antes que
La sustantiva e imaginaria discusión se da
entre el filósofo Ludwig Wittgenstein (más su amigo Nikolai Batjín, hermano
mayor del crítico Mijaíl Batjín) y el derrotado –y, en la ficción, prófugo-
líder republicano James Connolly. Ellos debaten, por ejemplo, sobre el poder
del fracaso y la renuencia de la clase explotada a derramar sangre, muy
distinta a la índole sanguinaria de los explotadores. Es una charla plagada de
chicanas, como cuando Wittgenstein dice que “Mientras
los líderes revolucionarios hablan de crisis todo sigue tal como está para el
común de la gente”. La réplica de Connolly es demoledora: “El hecho de que todo siga como está ‘es’ la
crisis (…) Un pueblo oprimido sabe que cada segundo que vive es un estado de
emergencia”. En opinión de este cronista, Connolly les pasa el trapo al
filósofo vienés y a su cuate ruso.
La muy argumentada querella también pasa revista a otros tópicos de la vida de los pueblos, tales como las creencias y el modo en que impactan en el inconciente colectivo: “En el centro de la fe cristiana hay un cuerpo muerto, pero es un cadáver cuyo fracaso anuncia la resurrección (…) Los irlandeses no somos ajenos al simbolismo, pero el simbolismo por sí solo nos dejará un tierra ocupada. Es la insurrección lo que los británicos encuentran ofensivo, no el crucifijo o el trébol”.
Como se observa, aquí la disputa entre el idealismo y el materialismo no deja margen para soluciones que se imaginan por fuera de la historia. Pero más allá de nuestras preferencias, el texto de Eagleton es un claro ejemplo de “machnamh”: una delicada mixtura de pensamiento, meditación, reflexión y contemplación. Es, como nos enseñó “El Profe” Horacio González, lo que viaja en las buenas novelas.
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