Hace unos días
me crucé con este afiche de “Gracia increíble” (traducida como “Himno de
libertad”) y se me erizaron los genes irish de detectar truchadas british.
Vayamos a los detalles, tan reveladores ellos...
La sinopsis de
la peli –copiada de la contratapa de la caja del video, o de su transcripción
en uiki- dice que se trata de la “Crónica de la vida del parlamentario británico
William Wilberforce, pionero en la lucha contra la esclavitud, lo que lo
enfrentó a algunos de los hombres más poderosos de su época. Siendo ya un
brillante y carismático político de 24 años, su vida dio un vuelco cuando
conoció a un antiguo esclavo: por primera vez, fue consciente de la cruel
realidad de la esclavitud. A partir de ese momento, fue el máximo representante
de los abolicionistas ingleses”. Era un vivo bárbaro y estaba lleno de virtudes (onda Lousteau), pero vivía en babia.
Cuando
este Wilberforce ya era un gaucho grande, su mentor político y futuro primer
ministro del Reino Unido, William Pitt,
“descubrió que aproximadamente el 50% de los esclavos importados hacia las
islas británicas eran vendidos a las colonias francesas. Era el comercio de
esclavos británico, por tanto, el que estaba incrementando la producción
colonial francesa y poniendo el mercado europeo en manos francesas. Gran
Bretaña se estaba degollando a sí misma”. Los datos son cruciales.
(Este
fragmento, y los que siguen, los tomamos del ensayo “Los Jacobinos Negros” del
pensador C.L.R. James, quien nació en Trinidad y Tobago y vivió muchos años en
las entrañas del monstruo: Inglaterra).
James añade
que el peligro para el comercio inglés era todavía mayor, pues los franceses se
estaban colando en África para aprovisionarse ellos mismos de esclavos y que
pronto dejarían de comprárselos a los british: “Holanda y España hacían lo mismo. En 1786 Pitt, discípulo de Adam
Smith, había visto la luz con claridad. Pidió a Wilberforce que emprendiese la
campaña (anti-abolicionista). Wilberforce representaba la importante jurisdicción
de Yorkshire, tenía una gran reputación, toda la humanidad, justicia, apego al
carácter nacional, etc., etc., sonaría bien en sus labios. Pitt tenía prisa,
era importante detener totalmente el comercio rápida y enérgicamente. Los
franceses no disponían ni del capital ni de la organización para paliar
adecuadamente la deficiencia (de mano de obra esclava) de inmediato y con un
solo golpe conseguiría arruinar a Santo Domingo. En 1787 advirtió a Wilberforce
que si no conseguía que se aprobase la moción, otro sí lo conseguiría, y en
1788 informó al gabinete que no permanecerían en él aquellos que se opusiesen”.
Un estadista.
El verdadero
cerebro detrás de la movida anti-abolicionista fue, no jodamos, Pitt y
Wilberforce, el presunto el “pionero en la lucha contra la esclavitud”,
era apenas el peón de uno de los hombres más poderosos.
Luego
“Pitt tuvo un golpe de suerte” pues
la convulsión prerrevolucionaria haría que Francia desde 1789 se viera metida
en tal nivel de bolonqui interno, que en los años siguientes los british
intentaron arrebatarles Santo Domingo y Haití. Pero el tema es que no se
enfrentaban al ejército de línea francés sino a “campesinos negros recién salidos de la esclavitud y mulatos leales al
mando de sus propios oficiales”, los cuales “infligieron a los ingleses la derrota más severa sufrida por una
expedición militar británica desde los tiempos de la reina Isabel hasta la I
Guerra Mundial”. Se comieron tal paliza que, entre muertos y heridos,
perdieron cien mil hombres. Estando Pitt de por medio, nadie abrió la boquita
hasta que pasado más de un siglo lo hizo Fortescue, el historiador del ejército
británico: “El secreto tras la impotencia
de Inglaterra durante los primeros seis años de la guerra puede resumirse en
dos palabras fatales: Santo Domingo”. Es decir: los negros y mulatos
de Haití que se tomaron en serio las proclamas de la Revolución.
Tan fieramente
pelearon por su libertad que cuando vino la restauración, y los generales de
Napoleón se plantearon someterlos mediante una guerra de exterminio (las damas
blancas besaban a los perros que cazarían a los ex esclavos), ellos mismos
arrasaron la isla “de tal manera que,
concluida la guerra, el país no era más que un desierto calcinado”. Minga
de “gracia increíble”. Los negros se
salvaron solos.
Carlos Semorile.