“Ella” es la única presidenciable proscripta y la única a
la que intentaron asesinar para terminar de una vez con el kirchnerismo, la
misma consigna que anoche corearon los seguidores de Bullrrich y Milei. No es
casual.
En la búsqueda de culpables –que por momentos adquiere
visos de cacería-, “las alegres comadres del consenso” se desentienden de haber
acompañado sin chistar una gestión que, en aras de una moderación berreta y a-histórica,
desatendió todas las advertencias que Cristina le fuera formulando de distintas
maneras (llegó a escribirle una urgida carta abierta), y nos dejó sin
horizontes ni banderas que defender. Un horror.
Luego de escuchar todos los discursos de anoche, me
parece atinado recordar parte de un escrito de 2009 de Eduardo Rinesi llamado,
justamente, “A argumentar, que se acaba el mundo”:
“¿Qué deberíamos pedirle a un líder, a un dirigente
democrático virtuoso? Yo lo diría así, muy toscamente: que esté un paso más
adelante, sí, que la sociedad que pretende conducir, pero que pueda argumentar frente a esa sociedad (frente
a los ciudadanos y a las organizaciones que componen esa sociedad) sobre la
conveniencia de la dirección y el sentido en el que pretende conducirla. Que
pueda persuadirla y que logre así, por la vía de la argumentación y de la
persuasión, que esa sociedad experimente como suyo cada uno de los pasos que
ese líder democrático pueda hacerle dar en dirección a la realización de ese
programa que debe proponerle, someterle a la discusión, retocar incluso
–eventualmente- en el camino o como consecuencia de esa discusión. Que logre
que esa sociedad (quiero decir: que porciones considerables de esa sociedad,
puesto que las sociedades son por supuesto heterogéneas y los grupos que las
componen tienen desde luego intereses enfrentados y no siempre articulables:
por eso es que existe la política, por eso es que la construcción de una
hegemonía es una tarea), que logre que esa sociedad, digo entonces, sienta como
suyo cada uno de esos pasos, y que esté dispuesta a sostenerlos y defenderlos cuando
aparezcan las dificultades, las oposiciones y a veces también los
enfrentamientos”.
De esta fiera encrucijada se sale, como sugiere Rinesi, dando a conocer un programa que pueda ser argumentado –e incluso modificado- en una discusión abierta para construir hegemonía política. A mi modesto entender, es lo que Axel insinuó en su escrito. Un camino que debería seguir Massa, abandonando el inconducente “sciolismo emocional” de sus alocuciones.
Por Carlos Semorile.
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