El 26 de
diciembre de 2009, Sandra Russo publicó un artículo en Página/12 que resultó
profético. Allí hablaba de ciertos sectores de la sociedad argentina que
estaban a la espera del surgimiento de un “liderazgo bestial” para canalizar sus ansias criminales: “Nuestra veta
fascista tiene sus dirigentes, pero tiene también muchos voceros en las calles,
hombres o mujeres comunes y corrientes que de pronto se entreveran en
conversaciones en las que piden matar a unos cuantos. La muerte es una de
nuestras tradiciones. Una pulsión argentina que se regodea en soluciones
finales. Matarlos a todos es una ilusión degenerada. Hubo una época reciente en
la que los mataron. A todos los que pudieron (...) Este año, uno ha tenido la sensación
de que si apareciera un liderazgo bestial, tendría sus bases en esa gente que
tiene mucho y no quiere perderlo, o en los que tienen muy poco, quizás un
freezer y un auto, o una casa propia y un plazo fijo en el banco, y sin embargo
arengan la muerte de los que tienen menos que ellos”.
Seis años después, ese “liderazgo
bestial” se materializó durante la regencia delincuencial de Macri y sus
cómplices, la que pasará a la historia como una experimentación de tipo
fascista con sostén electoral.
En la encrucijada actual, en un
contexto de pandemia y de una crisis mundial que aún no conoce un nombre
adecuado que exprese su singularidad, esos mismos sectores sociales de los que
hablaba Sandra Russo en su artículo de 2009 se encuentran ya no a la espera de un
nuevo “liderazgo bestial”, sino de un “liderazgo demencial” que dé cuenta del
grado de desquicio y de envilecimiento que ellos propugnan.
Lo que está discusión es el
poder y, como “la lucha por el poder es la lucha por el lenguaje”, debemos
llamar las cosas por su nombre. Estamos frente a una extrema derecha que pide a
gritos un “liderazgo demencial” que termine con el mandato democrático del
gobierno popular. Sería bueno que Alberto recuerde que Jauretche decía que
“conducir y profetizar son cualidades inseparables”, y que alcance a
dimensionar las delicadas celadas que le tienden sus nuevos “amigos”.
Por Carlos
Semorile.
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