Alberto no los
va a deschavar, pero la verdad es que me encantaría saber quiénes fueron esos “estadistas” de provincias
que abogaron para que una banda de impacientes puedan salir a hacer sus
piruetas gimnásticas al aire libre, mientras el resto cumplimos la cuarentena
disciplinadamente. En realidad, tengo una curiosidad mayor: quisiera que me
cuenten cómo fue que ese reclamo de sectores minúsculos pudo abrirse paso en
los entresijos del poder local, hasta llegar a Olivos.
Se ve que todo
debe andar de maravillas en las provincias porque, si no, no se entiende que
sus más altos dignatarios (¿y sus ministros de salud?) pongan en la agenda
pública el ocio de los hedonistas.
Esta idea
“estupenda” –con “runners” elongando en los parques públicos, seguidos por un
mini ejército de polis reclamándoles el último número de su CUIT-, se parece
demasiado a una danza macabra.
En su ensayo
“El hombre ante la muerte”, el historiador Philippe Ariès clarifica el
significado de ese antiguo baile simbólico: “La
danza macabra es una ronda sin fin, donde alternan un muerto y un vivo. Los
muertos dirigen el juego y son los únicos que bailan. Cada pareja está formada
por una momia desnuda, podrida, asexuada y muy animada, y de un hombre o de una
mujer, vestido según su condición, y estupefacto. La muerte acerca su mano al
vivo a quien arrastrará pero que todavía no ha obedecido. El arte reside en el
contraste entre el ritmo de los muertos y la parálisis de los vivos. El
objetivo moral es recordar a un tiempo la incertidumbre de la hora de la muerte
y la igualdad de los hombres ante ella. Todas las edades y todos los estados
desfilan en un orden que es el de la jerarquía social tal como se concebía
entonces”.
Como están tan
apurados, propongo hacer una “suelta” de pelotudas y pelotudos enfundados en
sus “joggings” en lugares emblemáticos comos los Bosques de Palermo, el
“corredor ribereño” de Vicente López/Olivos, el Parque San Martín de Mendoza,
las costaneras de Rosario y Paraná, etc. Eso sí: como parte del “protocolo”,
antes de salir deberían dejar un importante monto en caución para cubrir los
gastos de sus respectivas internaciones, costos de insumos, y entierros.
Porque lo
único que falta es que los pobres, los jubilados, los subsidiados, los que
reciben algún tipo de plan, los que realmente viven de su esfuerzo y de su
trabajo, tengamos que garparles la “jodita”.
(En el caso de
Buenos Aires, podría dárseles sepultura en los Bosques de Palermo, lo que
brindaría una hermosa metáfora: la última morada de los “civilizados” serían
las tierras del "bárbaro" Rosas).
Por último, un
consejo con aroma a tierra y a un saber macerado por el cansino paso del
tiempo. Son unos versos de Buenaventura Luna, tomados de su canción “La última
carreta”:
“Qué triste tu
andar legüero,
y qué
aporreada tu suerte,
jamás sabrás,
carretero,
que contra
lluvia y pampero,
vos vas
rumbiando a la muerte”.
Por Carlos Semorile.
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