Aunque uno jamás se formule esta terrible pregunta,
debe admitir que conoce la respuesta: son una horda ingobernable en peligroso
estado de ebullición interna y, por lo tanto, capaces de las mayores salvajadas.
Yendo un poco más lejos, deberíamos aceptar que –salvo casos particulares-
jamás nos detuvimos a pensar en Siria ni en su gente, y que lo que afirmamos
tan a la ligera no es más que un sonsonete que venimos escuchando y repitiendo
sin parar, un retintín que no podríamos sostener en ningún debate medianamente
serio. Porque, en verdad, ¿qué es lo que sabemos de los sirios?
O, mejor dicho: ¿conocemos tan siquiera “algo” del
pueblo sirio? ¿Qué sabemos de su historia, de sus antepasados, de los grupos
étnicos que confluyeron en la formación de la nación Siria? ¿Estamos al tanto
de sus costumbres, de los valores que las animan, del modo en que las mismas
han sido transmitidas de generación en generación? ¿No será que ignoramos todo
lo concerniente a su régimen de gobierno, a su sistema de representación
política, a sus líderes sociales, a sus formas de organización comunitaria?
¿Tienen clubes de barrio, sociedades de fomento, locales partidarios? ¿Son
gregarios, familieros, adoran el juntarse o todo lo contrario? ¿Salen
masivamente a las plazas los días de sol, les gustan las mascotas, son de comer
mucho o son medidos? ¿Qué música escuchan, tienen una literatura nacional,
visitan sus museos, tienen una pintura y una plástica propia? ¿Tienen
filósofos, ensayistas, un pensamiento arraigado en sus tradiciones? ¿Qué
atuendos usan y por qué, cuáles son sus accesorios favoritos, son más bien
sobrios o gustan de los colores? ¿Qué deportes practican, en qué disciplinas se
destacan, cómo se divierten sus jóvenes? ¿Cuál es su credo, respetan los
preceptos del culto, confluyen en sus ceremonias? ¿A qué Dios o a qué dioses le
rezan?
Tampoco sabemos a dónde van en sus vacaciones, ni si
cuentan con buenas rutas y una infraestructura adecuada. ¿Tienen una línea
aérea de bandera, aeropuertos en las principales ciudades, una red fluvial
integrada y una flota mercante nacional? ¿Hay suficientes médicos, maestros, científicos,
ingenieros? ¿La salud, y la educación y los servicios esenciales: son prioridad
del Estado o están en manos privadas? ¿Mantienen deuda con el Fondo -o alguno
de los organismos-, o son un país que maneja soberanamente su economía? ¿Tienen
una política exterior independiente, o están a merced de directrices externas?
¿Existe Siria, pues, como una nación autónoma e integrada a nivel regional y
mundial?
Sea como fuere, hay una agresión en marcha que va a
arrasar con toda esta diversidad que desconocemos pero que, razonablemente,
podemos suponer que existe. El complejo militar-industrial que gobierna los
Estados Unidos destruirá la infraestructura nacional siria (sus fuerzas
armadas, los puentes y caminos, las plantas potabilizadoras, la red eléctrica, los
aeropuertos y represas, etc.), y luego de “la transición” vendrán otras
empresas yanquis a “reconstruir” lo que estaba en pie y funcionaba bien.
Paradojas del anarco-capitalismo: mientras el país se endeuda a tasas del siglo
XXI, muchos de sus habitantes pasarán a sobrevivir en condiciones semi-feudales
de existencia. Si esto sucede, Siria dejará de ser una incógnita, y de su
riqueza cultural no volverá a saberse nada.
Y esto nos lleva al inicio de estas líneas, cuando
advertíamos que el primer bombardeo mediático nos había alcanzado a todos hasta
convencernos que “todos los bárbaros” deben ser exterminados. Demasiado a menudo
escuchamos aquello de que “una imagen vale más que mil palabras”, pero los
dueños de las usinas de imágenes han pulido el retrato del Otro como salvaje, y
por eso no nos asombra que estén a punto de masacrar a los sirios. De la mano
del imperio de la imagen, nos están llevando a un estadío pre-verbal,
irreflexivo y rústico, que nos deja inermes frente a toda agresión. Recuperemos
las palabras y el lenguaje para que triunfen las diversas culturas de los
pueblos, y no la homogénea civilización de los poderosos.
Por Carlos Semorile.
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