Ayer domingo
27 de octubre intentaron asesinar al expresidente y líder popular Evo Morales,
quien adjudicó la responsabilidad por el intento de magnicidio a Luis Arce, ex
Ministro de Economía y actual Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia.
Arce llegó a
la presidencia como candidato del Movimiento al Socialismo, la fuerza
progresista que Evo construyó con paciencia de amauta, pero parece
-parafraseando a Cristina- que también en el MAS algo "se torció" y
algo "se desordenó".
Nos permitimos
la ironía no porque nos guste que, así como existe un "peronismo
metafísico", exista un "MAS metafísico" que también es capaz de
aunar fuerzas contra su líder natural (llegando incluso a tratar de eliminarlo)
y de traicionar el mandato popular recibido en las urnas y pisotear el programa
histórico del Movimiento al Socialismo.
Y somos tan
irónicos como para mentar un programa que, en el ánimo de muchos de los que
critican al peronismo (y sólo al peronismo), sería la única garantía de que
éste deje de anidar a sátrapas, canallas y sanguchitos.
Quienes desde
el peronismo nos reconocemos como cookistas, somos los primeros en admitir las
falencias del "gigante invertebrado y miope" y nunca dejamos de reclamar
más realidad y menos metafísica, más verdad y menos zaraza, más lucha y menos
folklore inconducente.
Pero tampoco
dejamos de señalar que la política de masas -no la de los cultores del programa
aséptico e impoluto que no enamora a nadie- genera un proceso de crecimiento
que atrae al abnegado y al turro, al luchador y al transero, al honesto y al
corrupto. El problema de la representación es transversal a épocas y países y
no tiene, ni siquiera en el marco teórico de la Ciencia Política, una
resolución tajante y definitiva. Es éso: un problema que ha de resolverse en la
marcha, dentro de la dinámica de un proceso de movilización popular. Los
pueblos lo saben y por eso, más que seguir una forma vacía (llámese programa,
movimiento, partido o constitución) siguen a los líderes que, aún siendo
atacados como ayer lo fue Evo, levantan la bandera de sus irredentas esperanzas.
Carlos Semorile.
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